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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Los pueblos debían ser regidos por hombres a caballo, con deslumbrantes uniformes. Y satisfecho de que a él le hubiese tocado esta suerte al nacer en Alemania, abrumaba con ironías y sarcasmos a la más célebre de las Repúblicas. Nunca había querido vivir en París. ¡Una nación gobernada por abogados y periodistas! ¡Un pueblo sin moralidad y casi sin familia! Todo el mundo sabía esto...

Y sin tomar nota de esta severa advertencia, al poco rato volvió a las reticencias y sarcasmos; de tal suerte que Grass perdió al cabo la paciencia. Ciego de ira alzó la mano... y el dulce sosiego del bosque fue turbado por una estrepitosa bofetada. Veinte manos vinieron instantáneamente a sujetarle. Otras tantas lo menos acudieron a contener a Timoteo.

Hallándose Ester dotada de una naturaleza impetuosa y dejándose llevar de su primer impulso, había resuelto arrostrar el desprecio público, por emponzoñados que fueran sus dardos y crueles sus insultos; pero en el solemne silencio de aquella multitud había algo tan terrible, que hubiera preferido ver esos rostros rígidos y severos descompuestos por las burlas y sarcasmos de que ella hubiese sido el objeto; y si en medio de aquella muchedumbre hubiera estallado una carcajada general, en que hombres, mujeres, y hasta los niños tomaran parte, Ester les habría respondido con amarga y desdeñosa sonrisa.

Las reglas del duelo que se desenvuelven en las comedias, son la tinta con que se borra el Evangelio de Jesucristo, enseñando que á esta deidad de la venganza, idólatra y bárbara, se ha de sacrificar la fortuna, la tranquilidad y la vida; y lo que es más: que mientras se levanta en la escena al amor un altar soberano, hasta este mismo amor ha de ofrecerse en holocausto sobre él á ese soñado honor. ¿En dónde se discuten con más escrupulosa exactitud los fundamentos de ese punto de honor? ¿En dónde se demuestran más á fondo las reglas que han de presidir los desafíos? ¿En dónde se defiende con más rigor la obligación de provocarlos? ¿En dónde se combate con más energía la entereza necesaria para rehusarlos? ¿En dónde se vierten más burlas y sarcasmos contra el menor escrúpulo, que pueda surgir acerca de la más mínima observancia de creencias tan insensatas? ¿En dónde, por último, se aprueba y glorifica más la rígida obediencia á estos mandatos tan paganos como bárbaros?

Acabada la ceremonia queda el Rey en compañía de sus cuatro consejeros, entre los cuales se cuentan el conde Lozano y Diego Láinez, y les participa haber elegido al último para ayo del Príncipe; el conde Lozano se cree entonces despreciado; echa en cara con amargos sarcasmos á Diego Láinez su vejez y debilidad; disputa con él violentamente, y al fin le da un bofetón.

Que ensanchó como un osario su alma, y es como la muerte, que no se llenará; antes reunió a todos los gentiles, y amontonó a todos los pueblos. 6 ¿No han de levantar todos éstos sobre él parábola, y sarcasmos contra él? 7 ¿No se levantarán de repente los que te han de morder, y se despertarán los que te han de quitar de tu lugar, y serás a ellos por rapiña?

Y su veneración á los poderosos le hacía considerar las injurias contra el admirado personaje con más vehemencia que si fuesen dirigidas á su propia familia. Una noche, estando en el comedor, abandonó su mutismo trágico. Varios sarcasmos dirigidos por Desnoyers contra el héroe agolparon las lágrimas en sus ojos.

Sus protestas son acogidas con voces y sarcasmos. Los jueces se dicen: ¡qué monstruo! Los jurados piensan: ¡vaya un malvado endurecido! Los periodistas hacen á su costa frases ingeniosas y el público entero se deja llevar por ellos. He aquí un hombre cuya suerte está decidida sin apelación posible.

Mientras el pintor se mostró sumiso y cariñoso obtuvo de ella cuanto quiso; mas así que por la confianza dejó su actitud rendida y mostró su verdadero carácter frío y egoísta, instantáneamente nació en ella una violenta rebelión. Núñez se había equivocado de medio a medio con ella. Pensó dominarla a fuerza de sarcasmos y lo que éstos produjeron fue un incendio de ira muy difícil de apagar.

El señor Cuadros, siempre ignorante de la verdadera situación de la casa, molestaba atrozmente a doña Manuela. Quería aparecer amable, y para esto la hacía ofrecimientos que resultaban sarcasmos. El se encargaba de la compra del caballo. Vería ella cómo le resultaba más barato; por una bestia tan hermosa como Brillante sólo tendría que desembolsar unos tres mil reales.

Palabra del Dia

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