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Equilibráronse en su rico organismo nervios y sangre, y resultó un temperamento de los que ya van escaseando en nuestras sociedades empobrecidas.

Por último, uno de ellos, el más viejo, se calló; después lo hizo otro, y finalmente los demás. Yégof prosiguió de esta manera: , , es una dolorosa historia. ¡Oh, mirad! ¡Este es el arroyo por donde corría la sangre de los nuestros!

No faltó quien informase luego que el muy taimado de la sangre azul tenia sus viejas marrullas de rezandero, que le hacian parecer pasablemente pecador. En ninguna parte es tan ridículo el tartufo como en alta mar. Pero nada tan curioso como una Francesa que venia de San-Francisco de California con su marido, victima de un mareo permanente.

Predicador de S. M. y del Colegio Imperial. Toda la relación está llena de esta verdad, y confirmada con la sangre de muchos misioneros, muertos cruelmente á manos de los bárbaros, por conservar y mantener en su pureza la fe de Jesucristo.

He procedido lealmente contigo, y hoy más que nunca, ¡aunque jamás hayas sido más indignamente engañado que hoy! ¡Si tan sólo pudiera decirte cuánto te amo! ¡Con qué placer moriría en el acto! ¡Colgarme una sola vez de tu cuello, ocultar una vez mi cabeza en tu hombro y llorar lágrimas de sangre!

Las zarpas del tío lo exponían de pie ante las bocanadas de aire salitroso que entraban por la ventana. El mar estaba obscuro y velado por una leve neblina. Brillaban las últimas estrellas con parpadeos de sorpresa, prontas á huir. En el horizonte plomizo se abría un desgarrón, enrojeciéndose por momentos, como una herida á la que afluye la sangre.

El señor Samdai tenía que hablarle, para lo cual era preciso que se fuese mi hombre al Matadero por la noche, que estuviese allí quemando ilcienso, y rezando en medio de los despojos de reses y charcos de sangre, hasta las doce en punto, hora invariable de la entrevista.

Fortunata sintió que toda la sangre se le subía al rostro, y se puso muy sofocada. Rubín estiró el codo sobre el lecho, apoyándose en él con actitud perezosa, semejante a la que tomaba en la botica cuando leía. «Es preciso que lo sepas pronto. Todo lo que tardes en saberlo, tardas en regenerarte».

El pulso era normal; circulaba la sangre con regularidad perfecta; la arteria no denunciaba la más leve agitación y los hermosos ojos de Magdalena no brillaban ya con el fulgor de la fiebre, sino con el resplandor de la felicidad. Volviose Avrigny hacia Amaury, y estrechándole en sus brazos le deslizó al oído estas palabras: ¡Si pudieras salvarla!...

Las prevenciones de los nobles realistas contra el nombre de los Orleans, son injustas, extremadas y, como si dijéramos, han sido infiltradas en la sangre de padres a hijos.