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Actualizado: 3 de octubre de 2025
Debe herirte demasiado lo que hago contigo, y yo, que adoro la venganza, reconozco el derecho y la necesidad que tienes de vengarte de mí. Cuando puedas, mátame, hazme pedazos; pero entre tanto, sírveme. El duque no contestó; estaba lívido de cólera, se le saltaban los ojos de las órbitas.
Palmoteaban unos, retorciéndose de risa por lo inesperado del espectáculo; gritaban otros, entusiasmados por el vigor y la rapidez con que saltaban los objetos del buque al mar; corrieron los camareros para dar aviso de estos desmanes, y apareció el mayordomo lanzando gritos y poniéndose con los brazos en cruz entre la borda y los tiradores.
La afeminada comparsa avanzó entre las mesas, seguida del asombro de las señoras y los atrevimientos burlescos de los hombres. Algunos de éstos saltaban del requiebro a la acción, pellizcando al paso a las revoltosas señoritas, que contestaban con chillidos de miedo y pudorosos respingos.
Naturalmente, las jóvenes, al escuchar tan favorable sentencia, temblaron de gozo, se ruborizaron hasta las orejas y la guardaron en el fondo de su corazón como recuerdo de aquella dichosa tarde. Juanito estaba dotado de mil preciosas cualidades que saltaban a la vista; pero la que realmente le caracterizaba era la languidez. Imposible imaginarse nada más lánguido que este glorioso joven.
Algunos, al contravenir por descuido la orden, se habían encontrado con las compañeras del príncipe más ligeras de ropa que cuando llevaban su elegante uniforme marino, ó con trajes ricos y exóticos, como figurantas de baile. En los grandes puertos saltaban á tierra por unas horas estas tripulantes misteriosas, vestidas con discreta elegancia y expresándose en diversos idiomas.
Aunque afectaba Benina no dar crédito a tales historias, ello es que no perdió sílaba del relato que Almudena le hizo. La cosa era muy sencilla, por él pintada, aunque las dificultades prácticas para llegar a producir el mágico efecto saltaban a la vista.
Se puso de pie el Magistral, miró a todos lados por encima del seto de boj que rodeaba su escondite, y al verse solo, solo de seguro, se le ocurrió mezclar a la cháchara insustancial y armoniosa de los pájaros que saltaban de rama en rama sobre su cabeza, su voz más dulce y melódica, recitando aquellas palabras de espiritual hermosura que la Regenta le había escrito.
Fue recibido con una aclamación, en que tomaron parte las señoras. Sin saber cómo, y cuando la emoción producida por tal recibimiento aún le tenía medio aturdido, se vio Reyes al lado de su ídolo, Serafina, que había comido mucho y bebido proporcionadamente. Estaba muy colorada y de los ojos le saltaban chispas.
En las cumbres lloraban los pinos por todos los filamentos de su follaje y la gruesa capa de humus se empapaba como una esponja, expeliendo líquido bajo la huella de los pies. En las calvas alturas de la costa, de roca viva, amontonábase la lluvia, formando tumultuosos arroyos que saltaban de peña en peña.
Parecían tener ojos, ver el peligro, y saltaban con excesiva ligereza, sin aplomo para esperar, así que sentían las ondulaciones del aire cortado por el empuje de la fiera. Gallardo volvía contra el público la vergüenza del fracaso, la rabia por su repentina debilidad. ¿Qué deseaban aquellas gentes? ¿Que se dejase matar para darlas gusto?... Bastantes señales de loca audacia llevaba en el cuerpo.
Palabra del Dia
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