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Actualizado: 27 de julio de 2025
Desenvuelve en primer lugar los principios de justicia en que se funda, pinta con vivos colores las fatales consecuencias que resultarian de semejante paso, retrata á los hombres desalmados, burlándose de toda otra pena que no sea el último suplicio, recuerda las obligaciones de la sociedad en la proteccion del débil y del inocente, refiere algunos casos desastrosos en que resaltan la crueldad del malvado y los padecimientos de la víctima; el corazon del jóven ya experimenta impresiones nuevas; una santa indignacion levanta su pecho, el celo de la justicia le inflama; su alma sensible se identifica y eleva con la del magistrado; se enorgullece de saber dominar los sentimientos de injusta compasion, de sacrificarlos en las aras de los grandes intereses de la humanidad; é imaginándose ya sentado en un tribunal revestido con la toga de un magistrado, parece que el corazon le dice: «sí, tambien sabrias ser justo; tambien sabrias vencerte á tí mismo; tambien sabrias, si necesario fuese, obedecer á los impulsos de tu conciencia, y con la mano en el corazon, y la vista en Dios, pronunciar la sentencia fatal en obsequio de la justicia.»
Lisarda no puede ser conocida de ellos, porque cubre su rostro con una máscara: primero quiere sacrificarlos para saciar su odio á todo el género humano, pero las palabras de su anciano padre conmueven su endurecido corazón, y desde este instante determina expiar sus yerros haciendo la penitencia necesaria.
Para el sacrificio de los cuales bultos señaló y nombró cierta cantidad de yanaconas é mamaconas, y dióles tierras para en que sembrasen y cojiesen para el servicio destos bultos; y ansímismo señaló muchos ganados para los sacrificios que ansí se le debian hacer; y este servicio é tierras y ganados dió é repartió á cada bulto por sí, y mandó que se tuviese gran cuidado de continuamente, á la noche y á la mañana, de dar de comer y beber á estos bultos é sacrificarlos; para lo cual mandó é señaló que tuviesen cada uno destos un mayordomo de los tales sirvientes que ansí les señaló; é ansímismo mandó á estos mayordomos é á cada uno por sí, que luego hiciesen cantares, los cuales cantasen estas mamaconas é yanaconas en los loores de los hechos que cada uno destos Señores en sus dias ansí hizo, los cuales cantares ordinariamente todo tiempo que fiestas hubiese cantasen cada servicio de aquellos por su órden y concierto, comenzando primero el tal cantar é historia é loa los de Manco Capac; é que ansí, fuesen diciendo las tales mamaconas é servicio, cómo los Señores habian sucedido hasta allí, y que aquella fuese órden que tuviesen desde allí adelante, para que de aquella manera hubiese memoria dellos y sus antigüedades.
Es ó no verdad lo que se sustenta, es ó no útil lo que se propone, hé aquí lo único á que se ha de atender; lo demas es extraviarse miserablemente, es olvidarse del fin de la deliberacion, es jugar con los grandes intereses de la sociedad, es sacrificarlos al pueril prurito de ostentar dotes oratorias, á la mezquina vanidad de arrancar aplausos.
Yo me explico la abnegación, yo me siento capaz de todo sacrificio, yo desdeñaría honras, poder y deleites, y lo dejaría todo, y haría vida penitente y me abrasaría entonces en amor divino; pero necesito antes tener esas honras, alcanzar ese poder, tener en mi mano cuantos deleites y venturas hay en la tierra, para poder luego desdeñarlos y sacrificarlos.
En la época en que florecieron los primeros teólogos cristianos, el más abyecto servilismo, el servilismo oriental refinado por los sutiles griegos de la decadencia, estaba de moda en el mundo, que levantaba templos a los emperadores reinantes para rendirles culto, y para endiosar a Dios en las formas del tiempo, los cristianos llevaron el ceremonial del miedo a su señor celestial hasta los últimos límites de lo posible, hasta los últimos extremos de lo repugnante y de lo absurdo, como si Dios hubiera "hecho a los hombres a su imagen" para que fueran su antítesis; pera sacrificarlos en holocausto a sí mismo como Saturno a sus hijos; para degradarlos, levantando con su omnipotencia caprichosa más alto en la segunda vida a los que de "motu proprio" hubiesen caído más bajo y más sucio en la primera; como si los hombres hubiesen recibido en la existencia la carta del negro, no para que la disfrutasen, sino para que la padecieran como una sentencia de oprobio, por "el delito de haber nacido del pecado original".
Palabra del Dia
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