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Actualizado: 21 de junio de 2025


Entre los árabes jamás se sacrificaba la cómoda reparticion de un edificio á la simetría de su decoracion, y no importaba que esta resultase irregular con tal de que la fábrica llenase plenamente su objeto.

Conocía su carácter generoso, su espíritu noble; por eso estaba convencido de que en esta ocasión, como en tantas otras, se sacrificaba por los demás. Ahora bien, este sacrificio no era admisible; podía considerarse como un pecado. La honra no nos pertenece; es un depósito que Dios nos confía y que tenemos la obligación de defender.

A un insulto, a una provocación, respondía con una obra de caridad de las que inmortalizaban a un santo; allí hacía falta, no sólo el sacrificio del corazón, sino el del estómago, pues todo se sacrificaba. Bonis no tenía ni amor propio ni náuseas; el olfato parecía haber desaparecido con el sentimiento de la propia dignidad. ¿Qué era aquello?

Cuando algún imprudente tocaba este asunto en visita, todas ellas decían que mientras viviese su padre les costaría mucha pena el casarse; que les parecía cruel abandonar a un pobre anciano que tanto las quería y tanto se sacrificaba por ellas, etc... Aquí venía un elogio caluroso de las dotes espirituales de D. Cristóbal.

El viaje había sido un verdadero rapto frustrado. La muchacha se sacrificaba. Hacía ya tiempo que él, D. Narciso, tenía sospechas de lo que iba a pasar. El excusador había concebido una pasión sacrílega. La escapatoria estaba concertada desde hacía tres meses, etc., etc. Les llenó la cabeza de viento. La posición que ocupaba como párroco, de hecho si no de derecho, facilitó mucho esta atracción.

Pero no todos ponen por condición indispensable en el buen poeta la bondad moral; y así, cuando no acusan a Goethe de duro y sin entrañas, le acusan de egoísta en grado superlativo: sostienen que todo lo sacrificaba al cultivo de la propia inteligencia, a su serenidad y olímpico reposo, mirándose a mismo como objeto preciosísimo que exigía el más cuidadoso esmero.

Y corrió a abrir la escalera de Tenorio, que ponía en comunicación las Claverías con el claustro bajo. El cadete se alarmó ante la inesperada proximidad de su tío. No quería que le encontrase allí: temía el carácter del cardenal; y huyó hacia la escalera de la torre. Se marchaba a los toros; sacrificaba a la novia antes que encontrarse con don Sebastián.

La lágrima era de agradecimiento. «El Magistral les sacrificaba el nombre y hasta la conveniencia de un amigo, de un gran amigo, de un defensor, de un partidario suyo, de todo un Ronzal el diputado. Bien hacía ella en entregar las llaves del corazón y de la conciencia a tal hombre, a aquel santo, pensaría mejor».

Juanito sonreía, acariciándose el bigote. Era su gesto favorito, y levantaba con satisfacción la manga, adornada con galones de sargento. No era un cadete cualquiera: era un «galonista», y esto, aunque fuese poca cosa para el que sueña con el generalato, siempre resultaba un paso adelante... No, no iba a los toros; era un aficionado de verdad, pero se sacrificaba por hablar toda una tarde con la novia a la puerta de su casa, en el silencio de las Claverías. La abuela había bajado al jardín, y el Azul de la Virgen no tardaría en salir, dejándole el campo libre, como si no se enterase de nada. ¡La gran tarde, amigo Gabriel!

Bien se colige que los despellejadores de oficio hicieron el suyo con diligencia y afán extremado, y quién censuró al maduro pisaverde que buscaba novia de pocos años, quién al padre vanidoso y majadero, que sacrificaba a su hija por afán de hacerla dama, quién a la niña loca que.... En suma, pusieron ellos tantas moralejas a la historia de Lucía, que yo creo poder eximirme de añadir ninguna.

Palabra del Dia

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