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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Por último, hacen venir á una casta sacerdotisa de Minerva, llamada Daría, á la cual atrae Crisanto al cristianismo, presentándose públicamente como si estuviesen casados, pero viviendo ambos en completa abstinencia de los goces conyugales. Los esfuerzos de ambos en difundir la nueva religión, despiertan las sospechas de los paganos.
Al mismo tiempo hacía los honores á tres ó cuatro jóvenes apenas salidos de la adolescencia, que lo miraban evidentemente como un modelo de bellas maneras y de exquisita pillería. ¡Y bien, Bevallan! dijo uno de los jóvenes ¿no renuncia usted, pues, á la sacerdotisa del sol? ¡Jamás! respondió el señor de Bevallan. Esperaré diez meses, diez años, si es preciso; ¡pero ó la poseeré yo ó nadie!
Sus amarillas ropas de infamia cubiertas de rojos pintarrajos absorbían la lumbre del poniente y cobraban sobre ella un esplendor bárbaro y fatídico. Hubiérase dicho la sacerdotisa de algún espantoso culto de inmolación y de éxtasis pronta a arrojar su sagrado cuerpo a las llamas.
El drama de Ifigenia, que, en aquellos días claros y sin nubes, había sido mi poema predilecto, estaba abierto sobre la mesa. ¡Oh, bondad del Cielo! ¡Cuánto tiempo hacía que lo había leído, cuánto tiempo hacía que lo evitaba temerosamente, de tal modo que la tranquila majestad de la santa sacerdotisa hacía sufrir a mi alma!
Y la microscópica doncella, que no era gentil ni bonita y en quien las asperezas del carácter habían sofocado todo germen de coquetería, trasformándola en sacerdotisa del dolor, en una euménida fatal y despiadada, se dejaba festejar complacientemente por aquel bruto.
Según la descripción, había allí hermosos palacios; toda comodidad, deleite y regalo; bien cultivadas huertas, donde se cosechaban granadas, manzanas é higos; sembrados fértiles, estanques llenos de peces, mucha miel y vino más dulce y más aromático todavía. Otro escrito hierático de la colección, adornado con viñetas y muy extenso, es el Litro de los muertos de Taruma, sacerdotisa de Ptah.
Ahora medítalo y responde á mi pregunta: ¿quieres ser muñeco? La Princesa tenía unos desplantes de sacerdotisa antigua, que cautivaron más á Pacorrito. «Quiero ser muñeco,» afirmó el granuja con aplomo. Y al punto la Princesa trazó unos endiablados signos en el espacio, pronunciando palabrotas que Pacorro no sabia si eran latín, chino ó caldeo, pero que de seguro serían tirolés.
Yo danzaba desnuda, con un velo transparente anudado á mis caderas y otro flotante sobre mi cabeza... Danzaba horas y horas, lo mismo que una sacerdotisa brahmánica ante la imagen del terrible Siva, y Ojo de la mañana seguía mis danzas con sus ondulaciones elegantes... Yo creo en el divino Siva. ¿Usted no conoce á Siva?... Ferragut dió de lado al sombrío dios.
Y todos estos pueblos, cuando sienten la dulce tristeza de la poesía, cantan el lied, la romanza, la balada, algo suave que adormece el alma y habla a la imaginación.... Aquí, las danzas populares tienen mucho de sacerdotal, recuerdan la tiesura hierática de los bailarines sagrados o el frenesí ondulante de la sacerdotisa, que acaba por caer ante el ara con los ojos extraviados y la boca llena de espuma. ¿Y los cantos?
El aspecto de los buques y el retumbar de los cañones difunden general horror; los dioses, irritados, reclaman un sacrificio humano, y nada menos que el de la sacerdotisa Guacolda, amada á un tiempo del Inca y del héroe Impanguí.
Palabra del Dia
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