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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Respondió el sagacísimo ciego: "¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres?

Doña Cristina iba á salir. Mamá, ya sabes mi encargo dijo Pepita. No lo olvido contestó la madre con sonrisa bondadosa. No debía hacerlo, porque la mentira siempre es un pecado; pero, en fin, puede mentirse cuando no es en perjuicio de tercero. Tiraré por del hilito, para que las buenas madres no se enteren de tu pereza.

Estas señoras son muy amables dijo la abuela en cuanto se marcharon, pero es lástima que tengan ideas falsas... ¡Qué mal se razona ahora!... En mi tiempo no era así. En tu tiempo, abuela repliqué apoyando dulcemente la cabeza en su hombro, todo el mundo era perfecto. Aduladora respondió la abuela dándome un beso. Bien sabes que haces de todo lo que quieres... Y se firmó la paz con otro beso.

No entiendo de esos negocios infernales, estoy acostumbrado a los tratos sencillos del comercio a la antigua, pero no desconozco lo fácil que es quedarse los bolsistas en medio de la calle de la noche a la mañana. ¿Y puedo yo estar tranquilo...? Al principio, Antonio era prudente y no exponía gran cosa; pero la ganancia le ciega, y ahora... ¿sabes? me he enterado de que se mete tan hondo, que si la fortuna le volviese la espalda, en veinticuatro horas quedaba limpio, sin cubrir sus compromisos, y por tanto, deshonrado.

Don Juan insistió: Pues dime que nos veremos. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Cristeta, no sabes cómo estoy! Una vez..., te lo prometo...; quédate aquí, no me acompañes más..., y luego ten prudencia y no me sigas. Te obedeceré..., lo que quieras...; pero júrame que nos veremos pronto, que no me has olvidado por completo.

No quiero decir eso, y bien lo sabes... Quiero decir que para enamorar a los hombres no es conveniente ser buena y franca. Hay que ser coqueta y mentirosa. Según con qué hombres... ¡Con todos! ¡Todos son iguales! Pues no te aconsejo que ensayes el sistema... ¿Con ese Mariano Vázquez?... Con ése. ¿Y por qué no con ése?... Por lo que yo me ...

¡Ah, Gregoria, Gregoria, si no sabes de la misa la mitad! exclamó don Bernardino con un gesto desesperado. Y soltó la bomba. ¡Si allí el arruinado no era solo Jacintito, sino él también, el opulento, el millonario don Bernardino Esteven! Desgarró la manta, tal fué la crispadura de sus dedos.

¡Mal rayo! prosiguió escupiendo por el colmillo como un gitano de pura sangre. ¿Sabes, niño, lo que yo haría en tu caso el día que la tía Jeroma cerrase el ojo?... Pues metería en un cinto esa gran calceta de peluconas que tiene guardada, compraría un jaco extremeño y no pararía hasta dar vista á la Giralda.

Vamos, dime lo que quieres almorzar. ¿Te quedarás aquí hasta mañana? ¿Tienes alguna herida, contusión o rasguño, para curártelo en seguida? Si quieres dormir, ya sabes que junto a mi cuarto hay una alcobita muy linda.

El señor comisario se hincó de rodillas en el púlpito y, puestas las manos y mirando al cielo, dijo ansí: "Señor Dios, a quien ninguna cosa es escondida, antes todas manifiestas, y a quien nada es imposible, antes todo posible, sabes la verdad y cuán injustamente yo soy afrentado. En lo que a toca, yo lo perdono porque , Señor, me perdones.

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