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Eso lo veremos bien pronto. ¿A qué debo la honra...? ¿Y lo preguntas? ¿No lo adivinas? Pues debieras saberlo, puesto que acaba de salir de aquí ese cachalote.... No sea usted cruel, señora; el pobre Manolín un cachalote.... No te hagas más tonto de lo que eres; me refiero al Padre Alesón. ¡Ah! ¡Ah! Te has quedado boquiabierto. Pues yo vengo a lo mismo que el fraile. ¿Qué habéis hablado?

Puesto que has de saberlo, más vale que sea cuanto antes... Tu padre ya ha fallecido... Vaya, resignación... y queda con Dios. Te ha mejorado en tercio y quinto. Adiós. De este modo dulce y consolador recibió Miguel la noticia de la muerte de su padre.

No hay amigo que lo confíe a su amigo, ni un marido que lo murmure a su compañera en el silencio y la obscuridad de la noche, ni un penitente que se atreva a decirlo a su confesor; la oración misma, que nace en el más profundo arrepentimiento y sube hacia el Cielo, lo pasa fraudulentamente en silencio. Dios tiene derecho a saberlo todo, todo, excepto esa infamia.

«Querido viejo tío: »Debes ser el primero en saberlo... Si siquiera te tuviera a mi lado, si pudiera estrechar tus viejas y leales manos y decirte, mis ojos en los tuyos, todo lo que siento en el corazón... Todavía no lo creo, la cabeza me da vueltas cuando pienso en ello. Tío querido, en los peores días de prueba me ayudaste y protegiste.

Como nosotros y aún más que nosotros, dirigen preguntas los niños al ver la naturaleza y sus fenómenos, pero casi siempre, con cándida confianza, se contentan con la respuesta vaga ó engañosa de un padre ú otra persona mayor que nada sabe, ó de un profesor que supone saberlo todo.

De este modo recorría en la noche tres o cuatro casas. Era su manía la de saber; saberlo todo, hasta lo más trivial e insignificante. Se la toleraba bien en todas partes, porque a pesar de su desmedida febril curiosidad nunca hubo disgusto alguno por su causa.

¿De modo que no hay esperanza? Eso... sólo Dios puede saberlo. ¿Y cree V. que debo avisar a mi suegra para que venga?

Pero cuando uno no está bien... entonces... entonces... No supo decir más. Yo apreté los puños: ¡habría sabido concluir tan bien la frase por él! sabes dijo Marta, que el enfermo es siempre el último en saber que no está bien. Yo creía que él debía saberlo mejor que nadie. ¿Y si uno juzga que no vale la pena hacerle caso?

De todas suertes, y fuera lo que fuera de Heine y de la Joven Alemania, él estaba que ardía... y a tanta ciencia y poesía y contacto de piernas, sólo se le ocurría contestar lo que, sin saberlo él, Nepomuceno, contestaba aquel personaje de la comedia titulada: «De fuera vendrá...». Quiere decirse, que al tío mayordomo no se le venía a la boca más que la solemne promesa de futuro, pero muy próximo matrimonio.

Rubín tragaba saliva y buscaba en el sitio donde tenemos el bigote algo que retorcer, y encontrando sólo unos pelos muy tenues, los martirizaba cruelmente. «Eso... según... dijo ella plegando su entrecejo . Me iría o no me iría...». ii Maximiliano quería saberlo todo.