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Actualizado: 12 de junio de 2025
Como entonces ya no había motivo para no madrugar y el trabajo la reclamaba en aquella casa desde muy temprano, procuraba despertar mucho antes de lo necesario para gozar de aquellos sueños de la mañana, rebozada con el dulce calor de las sábanas.
Navarro gritó: ¡Intruso! y al punto su cabeza y sus brazos desaparecieron entre las sábanas. Era aquel el movimiento final de su enfado y su manera genuina de romper con el mando. Desde aquel día, si halló alivio en su enfermedad, declinó más por la pendiente de la locura, y tales disparates hizo, que el Virrey le absolvió en definitiva como indigno del patíbulo.
Considerad ahora todos estos cómo quedarían, los unos sin mercaderes ni sábanas, y los otros burlados y sin comedia: aquella noche anduvimos poco, y eso fuera de camino, y á la mañana hicimos cuenta con la bolsa y hallamos tres reales y medio, todo en dinerillos.
Deseó luego las buenas noches a su hermana para cortar toda réplica, diose vuelta hacia el lado de la pared, y quedó pronto dormida como un pajarito. Entretanto, escuchando su fácil y rítmica respiración, Laura se revolvía insomne entre las sábanas. Agitábanla pensamientos tan vagos y tristes, que no acertaba ni hubiera querido confesárselos a sí misma...
Saliendo de entre las sábanas equívocas de su camastro, al fulgor luminoso del candilón, moribundo, famélico y derrotado, era más bien la alegoría espeluznante de la bohemia matritense.
Además, su olfato estaba hecho a deleitarse con el perfume juvenil del hermoso cuerpo de la muchacha, y las sábanas de la fonda le olían a jabón ordinario. Y casi sentía remordimiento. ¿Qué sería de ella? Si se perdiese, ¿quién tendría la culpa? Aunque bien miradas las cosas, ¿qué le importaba? ¿Quién era aquella mujer?
Una consolita, un espejo, algunas sillas forradas, cortinas en la alcoba, y detrás de ellas, una cama bien aderezada, con colcha de punto de estambre y sábanas con encaje ordinario. Todo despedía un olor de limpieza y curiosidad que me fue grato. ¡Oh, qué lujo! dije, sonriendo . Vamos, Paca, que no vive usted tan mal.
Vuelvo al momentito, rico... Estos momentitos me cargan dijo él nadando en las sábanas como si fueran olas. Toda la mañana tuvo Fortunata el pensamiento fijo en la casa vecina. Mientras almorzaba sola, miraba por la ventana del patio, pero no vio a nadie. Parecía vivienda deshabitada. Siempre que pasaba por la sala echaba la esposa de Rubín miradas furtivas a la calle. Ni un alma.
A quién se encargarían los juegos de sábanas de batista, a quién los ordinarios, quién haría las camisas, dónde se comprarían los manteles, etc., etc. Todo fué tratado, medido y ponderado. Doña Paula emitía su opinión. Cecilia aparentaba contradecirla, pero en el fondo ¿qué le importaba?
Después quiso llamar a Carmen, una de las doncellas, para que le ayudase a estirar las sábanas, pero Ricardo le preguntó tímidamente: Oye, chica, ¿no serviría yo para eso? ¡Oh! Si tú quisieras... ¡Pues no había de querer!... Oro molido que fuese, preciosa... Tú dispones de mí como reina y señora... No será tanto. No rebajo nada..., puedes ponerme a prueba.
Palabra del Dia
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