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Entonces, señores, ella se precipitó a tomarme la mano, esta manaza fea, curtida, rugosa; y, antes que yo pudiera impedirlo, apoyó en ella sus labios. Sólo más tarde, mucho más tarde, he comprendido lo que significaba ese beso.

Era doña Manuela alta, seca de carnes, de aspecto severo y tez rugosa, como pintan a las Parcas, pero sin expresión de dureza en el rostro.

Seguía llorando Carmen, sin escuchar las indignadas expresiones del banderillero, mientras la señora Angustias, sentada en una silla de brazos, contra los cuales se apelotonaba su desbordante obesidad, fruncía el ceño y apretaba la boca velluda y rugosa. Caya, Sebastián, y no mientas dijo la vieja . Lo too. Una juerga indesente el tal viaje al cortijo; una fiesta de gitanos.

La correa que le cruzaba pecho y espalda, uniéndose por ambos lados á la cintura, se hundía en el paño, como si detrás de su trama no encontrase la resistencia de un cuerpo. El rostro avanzaba con una agudeza de cuchillo bajo la visera de la gorra militar. Su epidermis, rugosa y macilenta en plena juventud, marcaba todas las aristas y oquedades del hueso.

El romadizo, el coriza, el estornudo, se manifiestan con una especie de fiebre catarral, con epistaxis algunas veces, que indica sequedad y sobreviene cuando se suena la nariz con fuerza. Los labios están secos, rodeados de una zona rugosa con prurito, y las encías, que están hinchadas, dan sangre al menor frote.

En muchos sitios deja pasar la verde bóveda la luz del cielo: la sombra gris y el rayo suavemente dorado oscilan según el movimiento del follaje: musgos y líquenes que cubren con sus tapices la rugosa corteza, acrecen la suavidad de luces y sombras fugitivas. Los mismos árboles, bien irguiéndose aislados, bien formando grupos, difieren de aspecto y de forma.

Semejantes por sus formas al titubeante ensayo de una Naturaleza en estado de infantilidad o a las primeras intentonas artísticas de un cerebro primitivo, estas montañas eran de un basalto negruzco, que traía a la memoria la corteza rugosa de la higuera o la dura piel del elefante.

Y cuando los veían a través de las ventanas del fumadero jugando al poker, con la mirada fija en los naipes y la frente rugosa, preocupada, sonreían satisfechas, lo mismo que si acabasen de sorprenderlos practicando una virtud. Sus inquietudes reaparecían al encontrarlos en plena cubierta, aunque estuviesen enfrascados en una conversación de negocios.

Atajele el discurso poniéndole mi frente junto a su boca para que me diera un beso, y le pagué con otro resonante en la rugosa mejilla, y unos cuantos embustes cariñosos, de cuyo efecto mágico sobre el corazón del pobre hombre estaba yo bien segura. »En esto, y mientras mi madre acababa de vestirse y de adornarse, dijéronme que mi hermano deseaba verme. »Acudí a su cuarto.

Y una vieja, una de esas viejas de pueblo, vestida de negro, recogida, apañada, limpia, la cara rugosa y amarilla, me ha dicho: Aquí, aquí en este cuartico es donde dicen que murió Quevedo... ¿Cómo este pueblo, rico, próspero, fuerte en otros tiempos, ha llegado en los modernos al aniquilamiento y la ruina? Yo lo diré.