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Actualizado: 12 de junio de 2025
El violento palpitar de su seno, cortándole la respiración, apenas le permitió decir: «No quiero nada, no quiero nada». Evidentemente, referíase al contenido de la cajilla. Joaquín corrió tras ella, diciendo: «Formalidad, formalidad». Pero la de Rufete, valiente y decidida, trató de abrir la puerta. Estaba cerrada.
«El Sr. de Pez me ha dicho que usted deseaba hablarme. El Sr. de Pez me escribió a Córdoba diciéndome que usted..., parece que asegura...». ¡Cosa rara! También parecía turbada la marquesa. Pero lo que más pasmó y confundió a Isidora fue no ver en la digna señora señales de enternecimiento. «Es usted, según creo dijo esta , una joven que se llama Isidora, hija de un tal Rufete...
Los chorros afilados, o en láminas, o divididos en hilos penetrantes como agujas de hielo, atacan encarnizados con el áspero chirrido del acero. Rufete, que ya conocía el lugar y la maquinaria, se defendió con fiero instinto. Le embrazaron, oprimiéndole en fuerte anilla horizontal de hierro sujeta a la pared, y allí, sin defensa posible, desnudo, recibió la acometida.
Esta sentencia afectó a la de Rufete, haciéndole pensar en lo cara que a ella sola le costaba la armonía de todos. Enjugándose otra vez las lágrimas, dijo así: «¡Y si viera usted qué bueno ha sido siempre!... ¡Cuánto nos quería! No tenía más que un defecto, y es que nunca se contentaba con su suerte, sino que aspiraba a más, a más.
Y todo cuanto he padecido ha sido injusto añadió ella prontamente, sorbiendo también una regular porción de aire, porque todo es contagioso en este mundo . No sé si me explicaré bien; quiero decir que a mí no me correspondía compartir las penas y la miseria de Tomás Rufete, porque aunque le llamo mi padre, y a su mujer mi madre, es porque me criaron, y no porque yo sea verdaderamente su hija.
Crió a una sobrina, a quien quiso a su manera, que era un amor entreverado de pescozones y exigencias. La tal sobrina casó con Rufete, resultando de esta unión una desgraciada familia y el violentísimo odio que la Sanguijuelera profesaba a todos los Rufetes nacidos y por nacer.
Al mismo tiempo que Isidora contaba sus desdichas al inocentísimo Canencia, ocurría no lejos de allí un hecho que, con ser muy triste, no afectaba grandemente a los que lo presenciaban. Eran éstos el Director facultativo, el administrativo, un practicante, alumno de Medicina, el capellán y un enfermero. El moribundo, pues de morirse un hombre se trata, era Rufete.
Eso es imposible. ¡Verle!, ¿y para qué?... Mal, muy mal está el pobre Rufete afirmó el Director, moviendo la cabeza . Llénese usted de paciencia, porque, verdaderamente, si esta enfermedad es incurable, si no cesa de atormentarse el que la padece, mejor es que se vaya a descansar... Yo, lo digo con franqueza, si tuviera alguna persona de mi familia en ese estado, desearía...».
Un vasito de agua... No es nada. Usted qué entiende de estas cosas... Mucho, mucho. La falsificación existe. Que usted no es autora de ella, no tiene duda, pues se perpetró ese delito, según todas las apariencias, cuando usted tenía tres años. Entonces... Su padre de usted, Tomás Rufete, era un hombre ligero, de costumbres desordenadas. Le conocí, le tuve de escribiente.
El ejército es liberal exclamó Rufete, que no pudiendo estar por más tiempo callado tomó la palabra con estruendo en la primera coyuntura . El ejército se compone de hombres libres que aman el más perfecto de los códigos y aborrecen la tiranía. Dígase Constitución, y el ejército responderá Constitución.
Palabra del Dia
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