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Actualizado: 12 de junio de 2025


No me acuerdo bien de una cosa. Ayude usted mi memoria. ¿Es cierto o no que en el Tomelloso nos tuteábamos?». Capítulo II La Sanguijuelera La que llamaremos todavía, por respeto a la rutina, hija de Rufete, tenía la costumbre de representarse en su imaginación, de una manera muy viva, los acontecimientos antes que fueran efectivos.

Su barbarie llegó a ser proverbial en las clases; los alumnos todos celebraban con risas y pataleo los dislates que decía en sus lecciones, y el maestro mismo, cargando sobre él el peso de su desdén pedagógico, solía decir, reprendiendo a cualquiera de los alumnos: «Eso no se le ocurre ni al mismo Rufete. Eres más tonto que Rufete».

Este libertino platónico era tío de Isidora en tercer grado, por ser primo segundo de Tomás Rufete; y además la había sacado de pila.

¿Para qué andar con farsas? No somos hijos de D. Tomás Rufete ni de D.ª Francisca Guillén. Esos dos señores, a quienes yo quiero mucho, muchísimo, no fueron nuestros padres verdaderos. Nos criaron fingiendo ser nuestros papás y llamándonos hijos, porque el mundo..., ¡qué mundo este!». La Sanguijuelera cambió bruscamente de disposición y de tono.

De buena gana se habría desprendido en aquel momento de los servicios de su secretario Rufete, cargado de listas, para estar solo con Monsalud y hablarle franca y descubiertamente, pues bien se conocía que el astuto conspirador había manifestado su idea de un modo harto enigmático.

Oíase desde la sala la murmuración del chorro de una fuente, la cual con tal constancia estimulaba el oído, que Rufete se pasaba horas enteras en conversación tirada con el agua charlatana en estos o parecidos términos: «En todo lo que Su Señoría me dice, señor chorro, hay mucha parte de razón y mucho que no puede admitirse. Subí al poder empujado por el país que me llamaba, que me necesitaba.

No, no está segura dice Rufete, demostrando terror . No sabe usted qué guerra me hacen esos pillos. No me pueden ver. Pero yo gozo con sus infamias. Cuando un verdadero genio se empeña en subir a la gloria, la envidia le proporciona escaleras.

La de Rufete no había visto nunca llorar a su tía, la cual, envejecida considerablemente en aquellos tristes días, traía un mantón negro echado por la cabeza, con lo que su aspecto era harto lúgubre y repulsivo. No decía sino: «¡Qué pena, qué bochorno!», y de sus apergaminados labios habían huido los donaires quizás para siempre.

Eran los cartapacios y protocolos que Tomás Rufete había emborronado durante su enfermedad, y que fueron guardados en casa de Relimpio, hasta que sus hijos los recogieran, por si algo había de interés entre tal balumba de desatinos. Isidora los había llevado del desván a su cuarto, y allí los puso con ánimo de someterlos a un examen cualquier día.

Atónita y embobada estaba la de Rufete, paseando su alma con las miradas por el interior de la hermosa cajita, y si bien la cantidad no era fabulosa ni mucho menos, por ser todos los billetes pequeños, la pobre joven, que tanto se dejaba llevar de la hipérbole, creía ver pasar por entre los dedos de Joaquinito Pez toda la corriente del dorado Pactolo.

Palabra del Dia

rigoleto

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