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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Chasqueado por aquella parte, Tablas se obstinó más y más en apretar los lazos que le unían a las sociedades secretas y al conventículo formado por Aviraneta, Rufete y comparsa.

Isidora las miró bien; pero iba ella, a su parecer, tan mal, con tan innoble traza, que de buena gana se hubiera escondido para no ser vista de las otras. Porque la de Rufete, pobre y mal ataviada, se consideraba fuera de su centro. Su apetito de engrandecerse no era un deseo tan sólo, sino una reclamación.

No parecía la de Rufete muy inclinada a aceptar tales ofrecimientos, a pesar del risueño horizonte espiritual que le señalaba su tía. «El honor de la familia decía luego Encarnación está en los calabozos del Saladero y ha de tener que ver con los señores de la Paz y Caridad.

Su ansiedad era grande, porque había recibido una elegante esquela en que el viudito de Saldeoro, después de declararse imposibilitado de salir a la calle, invitaba a la señorita de Rufete a venir a su casa, donde sería enterada de una comunicación del Canónigo en que se le enviaba dinero, y de un asunto extraordinariamente importante y venturoso.

Vuelve el médico hacia donde está el que en los primeros renglones hemos descrito, y antes de llegar a él dice al practicante: «Este desgraciado Rufete va a pasar a Pobres, porque hace tres meses que su familia no paga la pensión de segunda.

Te presento a mi amigo el capitán Rufete dijo Aviraneta poniendo en relaciones a sus dos camaradas . Y ahora cuéntanos algo, dinos qué es de tu vida, hombre. Después que eres rico no hay quien te vea.

La pared remedaba las murallas egipcias, porque el yeso, cayéndose, y la lluvia, manchando, habían bosquejado allí mil figuras faraónicas. Cuando Rufete se cansaba de andar, sentábase.

El día en que la ley haga desaparecer al verdugo, será un día grande si al mismo tiempo la caridad hace desaparecer al loquero. Rufete huía maquinalmente de los loqueros, como si los odiara.

Quiso dejar el dinero que había traído para pagar los atrasos de la pensión de Rufete, pero el Director no lo consintió. En cuanto a las ropas, tanto instó al bondadoso señor para que las admitiera, que este hubo de dejarlas, dando las gracias en nombre de los demás enfermos pobres que tanto las necesitaban.

Isidora, Isidora..., ¿no opina usted como yo, no cree usted que esta canalla debe ser exterminada? Todo esto que vemos ha sido arrancado al pueblo; todo es, por lo tanto, nuestro. ¿No cree usted lo mismo?». La de Rufete, por no contestarle con la severidad que merecía, no decía nada, y hacía como que miraba las porcelanas.

Palabra del Dia

neguéis

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