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Pero lo que más resalta en este rostro es la blancura deslumbradora de la tez. No debe comparársela al marfil, á la nieve, al nácar ó á la leche, porque la tez de una mujer hermosa vale más que todas estas cosas juntas. La imaginación no puede concebir nada más delicado, más terso y más suave que el cutis de la blonda institutriz.

Otro fraile estaba al lado del Padre Ambrosio con la capucha calada y volviendo a Morsamor las espaldas. Inesperadamente cambió este fraile de postura y mostró a Morsamor la cara. El pasmo de este rayó entonces en delirio. Creyó ver su propio rostro como en un espejo, pero no joven y gallardo, sino marchito, lleno de arrugas y con la barba blanca como la nieve.

Viéndose entre amigos que celebraban con gozosas demostraciones su liberación, Celinda volvió á recobrar su carácter ligero y animoso. Procuró ocultar su rostro para que Watson no viese más tiempo las desolladuras que lo desfiguraban; pero cuando de tarde en tarde volvía sus ojos á él, éstos tenían una expresión acariciante.

Eran torpedeamientos «sin dejar rastro», barcos que se iban á fondo con todos sus tripulantes y pasajeros, y sólo meses después dejaban entrever una parte de la tragedia, cuando la resaca depositaba en la costa muchos cuerpos de imposible identificación, sin papeles, sin rostro humano. Casi todas las semanas contemplaba Tòni algunos de estos hallazgos fúnebres.

Como tenía el sombrero en la mano, dejaba al descubierto una cabeza que aún estaba regularmente provista de cabellos blancos y rizos sin aliño ni compostura alguna. La tez excesivamente morena y los ojos negros y un poco hundidos ofrecían tal fuego y viveza, que contrastaban notablemente con las arrugas del rostro y la blanca color de los cabellos.

La mano invisible del hombre sin fisonomía ha caído ruidosamente sobre el rostro de don Juan como cae el mazo del batán sobre la superficie del agua. El ofendido saca un revólver, dispara y se oye un ruido semejante al desplome de un cuerpo exánime.

Angelina..., dije precipitadamente, ese pajarito que está bañándose. Volvió el rostro, levantó la cabeza, y miró hacia la jaula. ¿Ese es el que ha estado cantando? ¡Ese! contestó, volviéndose a . ¡Qué hermosa!

-No vos acuitéis, señoras -dijo don Quijote-, que ni ésta es malicia ni es bellaquería; y si la es, y no ha sido la causa el duque, sino los malos encantadores que me persiguen, los cuales, invidiosos de que yo alcanzase la gloria deste vencimiento, han convertido el rostro de vuestro esposo en el de este que decís que es lacayo del duque.

Porque era grande la diferencia de edad que había entre ambos. Nuestro muchacho aparentaba unos diez y ocho años. Su rostro imberbe, fresco y sonrosado como el de una damisela; el cabello rubio; los ojos azules, suaves y tristes. Aunque vestido con americana y hongo, por su traje revelaba ser una persona distinguida. Iba de riguroso luto, lo cual realzaba notablemente la blancura de su tez.

Media hora después, una de las criadas de Beatriz veía entrar en el patio de la casa al nieto de don Íñigo trayendo en una mano una ancha espada toda roja de sangre y en la otra la cabeza del perro. ¡Válame Dios y Santa Quiteria; ya le mataron! exclamó la mujer. Luego, mirando atentamente el sangriento despojo, agregó: ¡Pobre Cerbero, y cómo me echaba las manos al pecho para lamerme en el rostro!