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Actualizado: 13 de julio de 2025


Después de estas mujeres entraron otras y otras. Era un rosario de comadres llorosas que iban llegando de todos los lados de la huerta, y rodeaban la cama, besaban el pequeño cadáver y parecían apoderarse de él como si fuera cosa suya, dejando á un lado á Teresa y su hija.

Pero su estancia allí, de otra suerte, se haría imposible. Al fin, obligada por la necesidad y bajo la presión continua y persistente de cuantos la rodeaban, se decidió a hacerlo. Era el día 9 de mayo. Su madre y algunas tías y primas que tenía en Sevilla habían ido al convento para asistir a la toma de hábito.

Sólo se acuerda de para enviarme una limosna, ¡como si el corazón comiera y le contentase el dinero! Yo no tomo un cuarto de ellos: primero morir; prefiero molestar a los amigos. Ahora que era oído el viejo. Los que le rodeaban sentían hambrienta curiosidad ante una historia que tan de cerca tocaba a dos celebridades artísticas.

Las imágenes entraban, digámoslo así, en su cerebro violenta y atropelladamente con una especie de brusca embestida, de tal modo que él creía chocar contra los objetos. Las montañas lejanas se le figuraban hallarse al alcance de su mano, y los objetos y personas que le rodeaban los veía cual si rápidamente cayeran sobre sus ojos.

Le dije: «El color que parece del cielo está en nuestros ojos: el azul es negro en la tristeza; en la alegría, el gris es celesteUna nube azulina cruzaba por entre los vapores que rodeaban la montaña y parecía un trozo de cielo.

Ningún indígena se veía por allí, ni la menor sombra humana se dejaba ver por las escolleras ni por las rocas que rodeaban la bahía. Sin duda los antropófagos no se atrevían aún a dar el asalto. A media noche, Van-Horn y Cornelio, que sólo habían dormido con un ojo, como suele decirse, entraron a hacer la segunda guardia con diez chinos. ¿Nada de nuevo, tío? preguntó Cornelio al Capitán.

El carácter violentísimo de aquella mujer, exacerbado por la continua contemplación de una desgracia, que hacía mayor su melancólica fantasía, la impulsaba á tratar á su marido, á su hija y á muchos de los que la rodeaban, con un despego, con una dureza cruel, de la que en el fondo del corazón, que era bueno, se arrepentía ella al cabo, no siendo fecundo este arrepentimiento sino en nuevos motivos de disgustos y de amarguras.

Ninguno de los jóvenes que la rodeaban tenía su elegante presencia. ¿Qué más podía pedir? ¿No sería muy agradable pasearse por el mundo del brazo de tal marido? Diana tenía razón; era verdaderamente chic. En los momentos en que se preparaba el cotillón, alguien vino a decirle a Huberto: La señorita Alicia de Blandieres lo espera en el salón azul. Huberto se aproximó a María Teresa.

No veía á nadie, pero unas manos ocultas en la sombra tiraban de una de sus piernas con fuerza sobrenatural. Hasta creyó oír el crujido de sus músculos y sus huesos. A pesar de que los amigos rodeaban su cama las manos invisibles siguieron tirando de la pierna, mientras él lanzaba rugidos de suplicio.

Ahora se ve mejor el casco en toda la pureza de sus líneas dijo Leto a los que le rodeaban, pero particularmente a Nieves que parecía la más atenta a la explicación que había comenzado a hacer.

Palabra del Dia

godella

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