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Gracias á esta posición gozaba de preeminencia entre el paisanaje, al cual pertenecía por el nacimiento y al cual no trataba con excesiva consideración. Galanteador sempiterno, rendido adorador del bello sexo, su digna esposa la buena D.ª Robustiana sufría con él la pena negra, necesitando vivir noche y día alerta para desbaratar sus planes artificionos de seducción.

Mete la mano más adentro y tropieza con el estuche de la flauta. D.ª Robustiana palidece, queda consternada. Un torrente de lágrimas se desprende al fin de sus ojos. Aquel pormenor musical acaba de aniquilarla. En esta triste situación la sorprendió Flora al entrar para darle los buenos días. Vuela hacia ella, la abraza y le pregunta anhelante qué le sucede.

señor, ; va á comenzar pronto... ¡Ya lo creo que comenzará!... ¡Como que el tiempo se echa encima de un modo!... No era cierto. Faltaban aún más de quince días para pensar en la siega; pero D.ª Robustiana no vaciló en mentir con tal de facilitar el viaje de su protegida. Llegó Flora. El capitán la recibió con afabilidad, pero sin gran calor.

D.ª Robustiana, temiendo que llegue su marido, la toma de la mano y la conduce al cuartito que ocupaba la zagala, y allí desahoga en ella su pecho. «¡Un tarro de dulce! ¡tres libras de chocolate! ¡botellas de JerezSeñora, ya sabe usted que el chocolate es malo en las posadas. ¿Y para qué quiere tres libras? No sabrá el tiempo que necesite permanecer en Langreo.

¡Y la flauta! ¿la flauta? ¿Para qué necesita la flauta? ¿Les va á tocar á los colonos alguna polka para hacerles pagar la renta? exclama la buena señora con desesperación. D.ª Robustiana no conocía la mitología; no estaba por lo tanto enterada de que el tracio Orfeo había llevado á cabo empresas mayores con su lira.

D.ª Robustiana se alejó en la oscuridad. El capitán se dirigió á tientas á uno de los rincones, tomó otro fusil y salió al portal. De allí penetró en la gran cocina de los jornaleros, abrió con sigilo la puerta de la huerta y entró en ella.

Algunas veces he subido y bajado este camino con un cesto bien grande de ropa sobre la cabeza cuando venía á lavar con Flora profirió alegremente la joven. Flora está en Entralgo. ¿Está en Entralgo? Habrá venido á ayudar á doña Robustiana... Como ahora ya está el amo ahí... ¡No se alegrará poco de verme! ¿Pero no sabes lo que ha pasado hace pocos días? Demetria no sabía nada.

El resto de los vecinos, como no tenían los motivos que el mayordomo para cambiar de opinión, siguieron aferrados á la antigua. Poco después de amanecer D.ª Beatriz salió de su habitación vestida, se desayunó cambiando pocas palabras con D.ª Robustiana y volvió á enterarse del camino que conducía á Canzana.

Pero ésta, adivinando que aquellos amoríos no interesaban ya su corazón inconstante, quedó sosegada y tardó poco en recuperar su buen humor habitual. Flora quería ir á lavar al río. Así lo había convenido con Demetria para juntarse las dos y pasar algunas horas de charla. Sin manifestar lo último á D.ª Robustiana, le propuso lo primero.

señor, á entablar la demanda de reconocimiento del foro de Piñeres. Pues si ves á D. Nicolás explícale lo que ha pasado y díle que me alegraría de que diese esta tarde una vuelta por aquí. El mayordomo quedó petrificado. ¡Llamar al médico para una sencilla mordedura de perro! «Esto marcha viento en popale dijo á su mujer. D.ª Robustiana sonrió con perspicacia.