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Actualizado: 15 de octubre de 2025
Luenga barra purpúrea se encendió en el naciente, comparable a un alfanje de cobre. En la ciudad las callejuelas se ahondan. El palacio del Arzobispo destaca, en torno del patio, su enorme techumbre. La piedra roída de la Catedral, las enormes almenas redondeadas por los siglos se tiñen de aurora.
Sus palabras evocaban en el pensamiento del médico las minas, con su población miserable, roída por las necesidades materiales y la desesperación de los que sienten sed de justicia. Desde aquellos picachos rojos, transformados y revueltos por el pico del peón y el trueno del barrenador, un nuevo peligro espiaba á la villa opulenta y feliz.
Otras veces, por el contrario, su ánimo daba un vuelco repentino, al recordar, ante aquel aniquilamiento de todos los afanes del hombre bajo una piedra roída, las palabras de su madre y del monje franciscano sobre la vanidad y la ambición. Pensaba entonces que él mismo no era sino un fuego fatuo escapado de aquellos huesos ancestrales y destinado a vagar un instante en la noche del mundo.
Ante la mesa de tosca piedra, roída por la intemperie, se sentaban Baltasar y Amparo, y allí les traían las botellas de cerveza, de gaseosa, cuyo alegre taponazo animaba de tiempo en tiempo el diálogo. Una parra tupida les prestaba sombra; algunas gallinas picoteaban los cuadros de un mezquino jardín; el lugar era silencioso, parecido a un gabinete muy soleado, pero oculto.
Estaba la parte superior del armario forrada de terciopelo rojo, bastante bien conservado, y sobre almohadillas del mismo terciopelo hallábanse varios relicarios de plata, guardando huesos de santos; en un rincón, de pie contra la pared, había un objeto de más de una tercia de largo, envuelto en una funda de oscuro tafilete, roída toda de ratones, y esto fue lo que cogió Currita, sosteniéndolo por su mucho peso con ambas manos, y saliendo al punto de la capilla muy de prisa, azorada, como si hubiese cometido un robo en lugar sagrado.
Son los soldados de la Revolución decía entusiasmado el senador ; Francia ha vuelto á 1792. Pasaron la noche en un pueblo medio arruinado, donde se había establecido la comandancia de una división. Los dos capitanes se despidieron. Otros se encargarían de guiarles en la mañana siguiente. Se habían alojado en el «Hotel de la Sirena», edificio viejo, con la fachada roída por los obuses.
La pobre criatura, envuelta en húmedos pañales, crece raquítica á causa de la falta de aire ó de cuidados, y tarde ó temprano será roída por el escrofulismo á menos que una enfermedad cualquiera, tisis, sarampión ó cólera no se la lleve en sus primeros años.
¡Era, sí, el Emperador mismo! ¡Parecía su estatua vaciada en bronce y roída por los siglos, como las que aparecen entre las cenizas de Pompeya! No infundía asco ni fúnebre pavor, sino veneración y respeto.
El antiguo contrabandista creía traer una provisión de nueva vida cuando bajaba al llano, al campo de interminables surcos que se perdían en el horizonte y sobre los cuales sudaba encorvada una muchedumbre turbulenta y miserable, roída por el odio y las necesidades.
No pudo menos de ocurrirme la idea de Bilbao; figuróseme ver de pronto que se alzaba por entre las montañas de víveres una frente altísima y extenuada: una mano seca y roída llevaba a una boca cárdena, y negra de morder cartuchos, un manojo de laurel sangriento. Y aquella boca no hablaba. Pero el rostro entero se dirigía a los bulliciosos liberales de Madrid que traficaban.
Palabra del Dia
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