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Actualizado: 16 de noviembre de 2025


Había, particularmente, uno moreno, gracioso, de nariz levemente aguileña, boca chiquita y fresca, ojos no muy grandes tampoco, pero negros y vivos, frente estrecha y adornada con rizos de pelo negro, que consiguió llamarle la atención. ¡Vaya una chica salada! pensó, devorándola al mismo tiempo con los ojos.

Unas veces le hacía señales de que entrase, otras de que no entrase, y D. José obedecía con humildad. Llamole un día con agraciado gesto, desde dentro, alzando el visillo y mostrando su cara preciosa tras el cristal. Relimpio subió. ¡Cómo le palpitaba el corazón! Entró, cogió en sus brazos al niño, diole mil besos en la frente, en los rizos, y cargado con él, entró en la sala.

Cristeta viene por lo alto de la calle, vestida como él la soñó. Sus enguantadas manos oprimen un grueso devocionario, sujeto con un elástico rojo, y bajo el tul del velo brillan sus rizos de oro. A cada instante vuelve la cabeza hacia atrás. Entonces, don Juan sonríe con orgullo y se dirige lentamente a la puerta. Al cruzar el despacho, lo inspecciona todo por última vez. Nada falta.

Usted, que podría volverme todo lo que he perdido, la esperanza, la paz, la bondad, la estimación de mi misma... ¡Ah! hubo un momento en que me creí salvada... en que tuve por la primera vez un pensamiento de dicha, de porvenir, de orgullo... ¡Desgraciada! Habíase apoderado de mis dos manos; sumergió en ellas la cabeza, en medio de sus largos y flotantes rizos, llorando desesperadamente.

En los balcones, las jóvenes gritaban hacia el interior de la casa, y salían otras apresuradamente, interesadas por el llamamiento. Fermín sonrió al notar la curiosidad y el escándalo que esparcía al andar aquella joven. Asomaban entre las blondas de su mantilla unos rizos rubios, y bajo los ojos negros y ardientes una naricilla sonrosada parecía desafiar a todos con sus graciosas contracciones.

Por lo menos no habría hombre de mediano sentido práctico que no diera todas aquellas hermosuras por uno de los rizos que caían en desorden sobre su frente, alborotándose más y más con los rápidos movimientos del baile. Cuando ya tenía las mejillas encendidas como amapolas y los pies se negaban á separarse de la tierra, quedó inmóvil, y empezó á darse aire con el pañuelo.

Su cara era fina y sonrosada, el corte de la cabeza perfecto, los ojos luceros, la boca de ángel chapado a lo granuja, las mejillas dos rosas con rocío de fango; y su frente clara, despejada y alegre, rodeada de graciosos rizos, convidaba a depositar besos mil en ella.

Mientras tanto, ella hizo desaparecer ágilmente todo lo que creía perjudicial para su buen aspecto después de esta sorpresa. Cuando Miguel volvió á mirarla, los viejos guantes habían volado de sus manos y el velo estaba oculto, no podía saber dónde, dejando en libertad la cabellera medusiana, negra, lustrosa, un tanto áspera, que erguía su vigor en desordenados y gruesos rizos.

Dejaron pasar un rato; Leocadia destrenzó mientras tanto el escaso pelo a su madre, recogiéndoselo con un par de horquillas, y luego hizo lo mismo con sus largos rizos castaños. Pepe encendió un pitillo y examinó la lámpara, como quien ha de utilizarla hasta tarde, para que luego no faltara petróleo. Mucho escribes, hermano.

De cuando en cuando se interrumpía, para tomar aliento, como si todavía hubiese de subir y bajar muchos escalones de la montaña por donde su relación nos conducía. Se pasaba la mano por la frente, por los ojos, mesaba hacia atrás de las sienes los rizos de la espesa cabellera un poco erizada por el polvo del viaje.

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vengado

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