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Actualizado: 30 de junio de 2025
No hay nadie que entienda como esa gente inglesa el modo de hacer vida elegante en medio de la Naturaleza. Botín, que ha estado en Inglaterra, me contaba cosas que me hacían feliz. JOAQUÍN. Pues si lo prefieres, iremos a Londres y Escocia. ISIDORA. Calla, calla. Te diré... Iré yo sola, o contigo, si quieres acompañarme... Porque no me casaré, Joaquín; viviré soltera riéndome del mundo.
Al momento me ocurrió una idea. ¿Qué papel es ese? le dije. Vamos a verle; será de algún enamorado; se lo arrebato, veo que empieza: Querida Anita; cuando no vi mi nombre respiré; empecé a echarlo a broma. ¿Quién será el desesperado? le decía riéndome a carcajadas. Veamos, y él mismo leyó el billete, donde me decías que esta noche nos veríamos aquí, si podía venir sola. Si vieras cómo se reía.
La verdad es, acá entre nosotros, que Miguel no sabe ni puede comprender lo que es un caballero. ¿Y usted? dije riéndome en sus barbas. Yo sí. Corriente: pues le daremos a usted la cuerda. Lo malo es que no vivirá usted para verme ahorcado con ella observé. ¿Me hace Vuestra Majestad el honor de buscarme querella? Para eso sería preciso que tuviera usted siquiera algunos años más.
Eso es lo que haría, Roberto, si me hallara en tu lugar, y, si estuviera en el lugar de Marta, me echaría a tu cuello riéndome y te diría: «Ven, mendigaré para ti si no tienes pan, te daré mi seno para reposar tu cabeza si no tienes cama, y bañaré tus heridas con mis lágrimas, sufriré mil muertes por ti, dando gracias a Dios, al Señor, de poder hacerlo. ¿Ves, Roberto? ¡así es cómo me represento el amor y no como no sé qué sentimiento mezclado, en el que entra el temor de una suegra y el horror de los intereses atrasados!»
Y como él no obedecía castigué a los caballos con mi varilla: antes que él hubiera pensado en sostener más fuertemente las bridas, los caballos galopaban ya libremente en el bosque. ¿Y ahora? dijo mi primo poniéndose las manos en los bolsillos. ¿Te imaginas que van a dejarse coger otra vez? Por ti, no respondí riéndome, pues estaba segura de mis favoritos.
Hay en esto todo un problema de economía social que hace retroceder a las inteligencias más juiciosas. Retrocedamos, entonces, sin vergüenza dijo Genoveva. Propongo que las muchachas ricas se conformen con maridos sin fortuna, a fin de restablecer el equilibrio, puesto en peligro por la acumulación de riquezas en las mismas manos... ¡Miren la socialista! exclamé riéndome.
La mía ha venido arrancándome concienzudamente, durante todo el camino, el vello del labio superior. Estaba tan absorta en este trabajo, que ni siquiera gritaba. He venido todo el camino riéndome como un loco. ¡Silencio, nos están oyendo! Señores, dejad vuestras quejas; de lo contrario, perderemos su estimación. Mirad a Pablo Emilio: ahí tenéis un hombre que sabe conducirse con dignidad.
La seguí, riéndome a pesar mío del extraño aspecto que la daban aquel chal tan largo que arrastraba por el suelo y el enorme sombrero de calesín, en el que desaparecía su delicada carita. La pobre muchacha resultaba irresistiblemente cómica. Entré detrás de ella en la iglesia, con cuidado para que no me viera.
Palabra del Dia
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