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-Pues no tenga pena -respondió el bachiller-, sino váyase en hora buena a su casa, y téngame aderezado de almorzar alguna cosa caliente, y, de camino, vaya rezando la oración de Santa Apolonia si es que la sabe, que yo iré luego allá, y verá maravillas.

Pero Lituca, de rodillas y rezando, como su madre, volvía rápida a clavar la vista en el crucifijo, como el sediento caminante los labios en el caño de una fuente, y así refrigeraba y fortalecía su espíritu en cada desfallecimiento que le causaba aquel incesante batallar de la muerte para acabar con una vida que también había sido risueña y juvenil como la suya.

Antes no se usaban aquí semejantes inmoralidades, y día vendrá en que se acaben costumbres tan escandalosas. El timbre nasal de la voz de doña Paulita, que se hallaba en la habitación inmediata, resonó en la tala, trayendo la opinión de la santa, que no por estar rezando dejaba de prestar atención á cuanto en la sala se decía.

Yo iba mirando tanto el rosariazo del ermitaño, con las cuentas frisonas, como la espada del soldado. ¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte de este puerto -decía-, y hiciera buena obra a los caminantes! -No hay tal como hacer buenas obras -decía el santero. Y pujaba un suspiro por remate. Iba entre rezando a silbos oraciones de culebra. En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla.

Volvieron en tropel á la iglesia, y hallaron que los que habian quedado sacaban á D. José Ibarguen, vestido de muger, trage que tomó para confundirse con el sexo, y estando rezando con las demas, lo acusó un criollo.

D. Mario de la Costa, a juzgar por su palidez, estaba rezando en aquel momento el credo, preparado a morir cristianamente. Alargó al jefe de la familia su mano temblorosa y fría, y preguntó con voz que semejaba un estertor: ¿Cómo está usted?

Alumbraban unos con huepes, otros con cirios y otros con faroles de papel en astas de caña, rezando á voz en grito el rosario como si riñesen con alguien. Despues venía S. José en modestas andas, con su fisonomía resignada y triste y su baston con flores de azucenas, en medio de dos guardias civiles como si le llevasen preso: ahora comprendía el cochero la espresion de la fisonomía del santo.

Nadie, Montiño, nadie dijo doña Clara, que estaba cada vez más encendida. Pues el rey es el rey... siempre rezando y siempre cazando... Pero sacadme de una duda: ¿dónde ha visto su majestad á mi sobrino? Digo á mi sobrino por costumbre. ¡Cómo! ¿No es vuestro sobrino? Doña Clara, os voy á confesar un gran secreto... Juan no es Montiño, sino Girón. ¡Dios mio! exclamó doña Clara.

Ya bastante crecido, todavía iba ella a acostarle por las noches, rezando con él un sinfín de oraciones inocentes, y esperando sentada, con los brazos cruzados, a que se durmiese, para salir de la alcoba sobre la punta de los pies. Al llegar a la pubertad no tuvo más remedio que pensar en la carrera de su hijo, porque el difunto marqués dejó prevenido que la siguiese.

Nada existía en el mundo para esta madre, sino su hijo, a cuya cabecera había pasado quince días sin comer, sin dormir, llorando y rezando. La dentición del niño no podía avanzar, por no poder romper las encías hinchadas y doloridas. Su vida peligraba. El duque aconsejó a la afligida madre que consultase a Stein; y, verificado así, el hábil alemán salvó al niño con una incisión en las encías.