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La Inglaterra es un pueblo positivo, honrado y calculador, pero de muy mal gusto y de costumbres demasiado prosaicas. Cuando salí del Palacio de cristal, por necesidad, porque la noche se acercaba, me parecía que una fuerza secreta me retenía, fascinándome y debilitando mi voluntad.

La fecha de la clausura estaba cercana, y el médico no decía palabra de volver a la corte; si alguien le hablaba del regreso, respondía con evasivas: pero como nadie se engaña a mismo, harto persuadido estaba de que Julia, únicamente ella, era quien le retenía allí. Por fin se marcharon de Saludes hasta los criados y camareros: no quedaron en el lugar más que la familia Molínez y el doctor.

No podía mirar a cualquier parte sin que me llamasen con la mano o los labios, haciéndome alguna vez muecas groseras y obscenas. A duras penas el miedo del inspector y la maestra las retenía. Si me fijaba en alguna más linda que las otras al instante me clavaba sus grandes ojos fieros y burlones, diciendo en voz alta: Atención, niñas, que ese señor viene por .

Varias veces estuvo por tomar la palabra, pero el temor la retenía. Allá, al fin, en una pausa larga, se aventuró a decir: Falta una cosa, mamá. ¿Qué falta? La joven se detuvo un instante, como para tomar arranque, y dijo al fin con voz temblorosa: Falta un cuarto para arreglarse Gonzalo. Es verdad; no me había hecho cargo... ¿Dónde tendría yo la cabeza?

Germana retenía a sus amigos a su lado; temía a la soledad; quería ser tranquilizada a todas horas; continuamente decía a la condesa: «¿Verdad que estoy mejor?» Y luego, en voz más baja, añadía: «¿Me moriréLa condesa le respondía riendo: «Si la muerte viniese por usted yo le enseñaría mi cara y ya tendría buen cuidado de escaparseLa condesa estaba orgullosa de su fealdad, como las otras mujeres lo están de su belleza.

Entonces Gloria, de repente, a la mitad de una frase, se levantaba enojada consigo misma y me decía bruscamente: Adiós; hasta mañana. Dame la mano siquiera para despedirte. Me la daba, y yo la retenía a la fuerza algunos minutos más. De pronto alzaba la cabeza en señal de susto, y decía en voz alterada: ¡Siento ruido! Yo, estremecido, soltaba la mano, y ella se alejaba riendo del engaño.

A pocas leguas del castillo de Arbogad, se encontró á orillas de un ríachuelo, lamentando siempre su suerte, y mirándose como el epilogo de las desdichas humanas. Vió un pescador acostado á la orilla, que con desmayada mano retenia apénas sus redes que iba á dexar escapar, y alzaba los ojos al cielo. Por cierto que yo soy el mas desdichado de todos los hombres, decia el pescador.

Los gritos de la vieja y sus entusiastas arrumacos, haciendo reír a los empleados del hotel, rompieron la severa consigna que retenía en la puerta de la calle a un grupo de curiosos y pedigüeños, atraídos por la presencia del torero. Atropellando mansamente a los criados, se coló en el vestíbulo una irrupción de mendigos, de vagos y de vendedores de periódicos.

El Archipiélago de las Canarias, las islas, de los Azores, Madera y Cabo Verde, convertíanse en lugares de parada y descanso para los nautas atrevidos y al mismo tiempo en lugares de observación para los que soñaban con nuevas expediciones. El misterio del Océano los retenía allí, y se casaban con isleñas hijas de europeos, constituyendo nuevas familias de marinos.

Pero sea indolencia natural, sea el desaliento de ver interrumpida su carrera, no era otra cosa que un simple dilettante, y para complemento, se había convertido en un mal sujeto. Excepto en casa de su madre, donde el deber lo retenía, poco se le veía en la buena sociedad, donde nada se divertía, y mucho en la mala, donde parecía gozar inmensamente.