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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Sin embargo, reflexionando el ridículo de responder con una fanfarronada á aquella niña, me contuve y le respondí con gravedad: Permítame, señorita, compadecerla sinceramente. Me pareció muy sorprendida. ¿Compadecerme, señor? Sí, señorita, perdone que le exprese la piedad respetuosa, á que me parece tiene usted derecho.
Siéntese usted, señora la dijo, depositando la paleta y el pincel sobre una silla. Sentóse, en efecto, en una butaca. Don Jaime permaneció en pie. Hay que cerrar la puerta dijo ella tratando de levantarse nuevamente. Pero el caballero se apresuró a hacerlo. Después vino a colocarse frente a la dama, cuadrando los pies en actitud exageradamente respetuosa, esperando a que ella hablase.
A la ventura, á la desesperada. ¿Y no os inspira confianza la manera respetuosa con que os trato? Respetuosa y reservada, por ejemplo, no me habéis dicho quiénes eran los dos grandes señores que habéis conocido. ¿Y por qué no? Eran el conde de Olivares y el duque de Uceda. ¿Y cómo? ¿por qué habéis conocido á esos caballeros? Terciaron en mi disputa con el palafrenero.
Sea de ello lo que fuere, había en los espectadores aquel aire de gravedad que cuadraba perfectamente á un pueblo para quien religión y ley eran cosas casi idénticas, y en cuyo carácter se hallaban ambos sentimientos tan completamente amalgamados, que cualquier acto de justicia pública, por benigno ó severo que fuese, asumía igualmente un aspecto de respetuosa solemnidad.
Juan tenía conciencia de esto, mientras que María Teresa, acostumbrada a la adoración respetuosa de su amigo, la aceptaba como un testimonio del reconocimiento grabado en el corazón del niño salvado en otro tiempo por su padre.
Al cabo de dos segundos, no escuchando ni media palabra, exclamé: ¿Y? ¡Empezad, pues, tío! Hazme el servicio de enderezarte, Reina y de tomar una actitud más respetuosa. Pero tío repuse abriendo los ojos, asombrada; no ha sido mi intención faltaros al respeto, y si me he puesto en esa actitud era para oíros mejor. Sobrina, me vas a hacer perder la cabeza.
Nunca retiraba su mano o su frente a un beso del duque; le reconvenía dulcemente, le escuchaba con complacencia, aceptaba sus caricias como pruebas de generosidad, no aparentaba ningún temor y no parecía sospechar el sentimiento brutal que ella misma fomentaba todos los días. Para tenerle a distancia no empleaba más que una sola arma: la humildad. Era implacablemente respetuosa.
»Con una ternura infinita soy siempre su respetuosa hija »P. S. Los besos para mi padre son los que hay a la derecha de la firma; los de usted son los de la izquierda.» EL NUEVO DOM
¡Anda! dije á mi mujer, con el mismo tono con que la hubiera dicho: el mago nos espera. Saltamos del carruaje, y nuestra ávida y respetuosa mirada se fijó en el frontis de la gran basílica. Aquella fachada es pintoresca, festiva, graciosa, sin dejar de ser grave, religiosa y solemne.
Ni en las mangas del chaquetón ni en parte alguna del traje usaba el menor distintivo; pero, en cambio, su caballo era la mejor de las tres bestias. A juzgar por los ademanes que hacía y la respetuosa atención con que los otros le escuchaban, debía ser el que acuadrillaba la partida. Lo que pasó luego fue horrible crueldad.
Palabra del Dia
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