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Actualizado: 20 de junio de 2025
El día en que presentamos la escena á nuestros lectores era el último que Andrés debía pasar bajo el techo paterno: le había destinado á despedidas, y ya tuvimos el gusto de ver el resultado que le dió la de don Damián; día que, dicho sea inter nos, había costado muchas lágrimas á la pobre madre, á escondidas de su familia, pues no podía resignarse con calma á ver aquel pedazo de sus entrañas arrojado tan joven á merced de la suerte, y tan lejos de su protección.
Ya no eran diez o doce mil reales los que ponían a su mamá con agua al cuello; ahora se trataba de miles de pesetas, de miles de duros, y era preciso pagar o resignarse a que la situación de la familia se hiciese pública, pues los acreedores, gente grosera y sin entrañas, sin otra pasión que la del dinero, eran capaces de desacreditar por dos cuartos a una señora decente.
Es preciso resignarse, esperar... Al fin lo habrá todo... demasiado va a haber luego... esta es la idea que me detiene, por fin, que cuando haya editor, redactores, impresor, cajistas, papel... entonces también habrá censor... Eso sí, eso siempre lo hay... ni hay que mandarlo hacer, ni hay que esperar... Aquí acabo de perder la cabeza, enciérrome en mi casa, ¡voto va!
Pero el pobre ingeniero, que más allá de su trabajo sólo veía á su esposa, amándola como mujer y admirándola como un ser delicado y superior, resumen de todas las gracias y elegancias, no podía resignarse, y gritó y amenazó sin recato alguno, haciendo que el escándalo se esparciese por todo el círculo de sus amistades.
Nada, doña Ramona, hay que resignarse por algún tiempo a ser reina destronada de Matapuerca... La Restauración la restablecerá a usted muy pronto en su trono... ¿Y sabe usted lo que estoy pensando? añadió el general como asaltado de una idea repentina . Que la reina tendrá mucho gusto en oír de usted misma esas noticias. ¿Tendría usted inconveniente en venir a Palacio?...
Negaría su consentimiento, y el pedírselo no conduciría más que a exponer a la pobre institutriz a alguna afrenta humillante. Lo mejor era callarse, resignarse, obedecer; y aquella hija de soldado fuertemente impregnada de disciplina sería la primera en aconsejárselo. En el fondo, su resolución estaba ya tomada.
Si él hubiera querido ceder, humillarse, renegar hasta cierto punto de las creencias y de la misión de sus antepasados, hubiera sido Diputado, Senador, Embajador, Ministro y cuanto le hubiera dado la gana; él al menos así lo creía; pero como el Barón no había querido ceder ni renegar, había tenido que limitarse y resignarse a ser un caballero, si bien encopetado, viviendo de sus rentas, que eran cortísimas.
No podía resignarse a dejar el buque sin hablar con él por última vez, sin decirle adiós. Y Fernando, emocionado por el tono de humildad con que hablaba esta mujer, sacó las manos de los bolsillos buscando las suyas. ¡Mina!... ¡Brunilda adorada!... De su existencia en medio del Océano, ella iba a ser el único recuerdo que permanecería en pie.
¡Talmente son judíos! ¡Como tales judíos obran, cerrando su puerta a los pobres y echándolos al camino! ¡Las migajas de su mesa se las dan a los canes! ¡La suerte de un pobre es más triste que la de un can! ¡Porque un pobre sabe resignarse, y un can rabia! Se abre un postigo en el gran portón de la casona, y uno a uno van saliendo los criados: La Roja, Don Galán, La Recogida.
Una podría resignarse, es cierto, resignarse a sufrir. Pero piensa por un momento que estando casada una se enamorara de otro. ¡Qué situación horrible! Bueno, Laura le suplicaba que en último caso la acompañara yo, los vigilara yo. Fue inútil, Zoraida le repetía que nuestra familia era muy desgraciada en el amor y que ella no tenía edad para enamorarse así.
Palabra del Dia
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