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Actualizado: 26 de julio de 2025


Fué su compatriota González quien, abandonando el mostrador del almacén, se encargó de todo lo necesario para dar sepultura á estos restos. Usted lo que debe hacer es irse á Buenos Aires repetía el almacenero . Don Ricardo y yo le sustituiremos aquí. En la capital trabajará usted por nosotros más que si se queda en la Presa.

Fortunata, al oír esto, fijaba sus ojos en el suelo, repitiendo como una máquina aquello de que lo mejor era el desprecio. , despreciarle, repetía el otro, pues era ignominia solicitar su protección. Aunque le dieran lo que le dieran, no era capaz Fortunata de decir ignominia.

Tales fueron algunos de los pensamientos que bulleron en la mente de Ester, con tanta viveza como si en realidad algún sér misterioso se los hubiera murmurado al oído. Y allí estaba Perla todo este tiempo estrechando entre las manecitas suyas la mano de su madre, con las miradas fijas en su rostro, mientras repetía una y otra vez las mismas preguntas.

Caminaba con la cabeza baja, y en medio de las tinieblas en que su alma se agitaba sólo distinguía la figura de Magdalena envuelta en un sudario, y en la soledad de su espíritu sólo oía un eco que sin cesar repetía esta palabra: «¡Morir! ¡Morir

Las montañas parecían soñar misteriosamente, como seres sublimes, en el plateado silencio; y todas las cosas de la naturaleza exhalaban deliciosa respiración de beatitud, de sosiego, de frescura. La fantasía clara y augusta de la noche prodújole al mancebo una emoción peculiar que se repetía en su ánimo desde la infancia y que vino a distraer su ardimiento.

Desnoyers sabía un poco de alemán, como recuerdo de sus relaciones con los parientes que tenía en Berlín, y pudo atrapar algunas palabras. El comandante repetía á cada momento «paz» y «amigos». Un vecino de mesa, comisionista de comercio, se ofreció como intérprete, con la obsequiosidad del que vive de la propaganda.

Mientras se hablaba de lo mucho bueno que había en la catedral y el lugareño se pasmaba y su señora repetía aquellas admiraciones, Obdulia se miraba como podía, en las altas cornucopias. El Magistral se despidió. No podía acompañar a aquellas señoras, lo sentía mucho... pero le esperaba la obligación... el coro. Todos se inclinaron.

Paola Leroni repetía siempre estas palabras: ¡Hija mía, qué fastidio tan grande! A todas nos llamaba hijas, aunque fuéramos mayores que ella, y se aburría siempre de todo. Sus parientes tardaban en sacarla del colegio, pero ella no se quejaba: ¡Hija mía, qué fastidio tan grande!

Y salió, con perfumado revoloteo de faldas, sin haber dejado en todo el tiempo de su permanencia un solo resquicio por donde Xuantipa o Belarmino hubieran podido colarse a decir esta boca es mía. Esta escena se repetía casi a diario.

¡Crijstiano!... ¡crijstiano! repetía con asombro el inglés. ¿Qué ser crijstiano? Hombre de Cristo. ¿No sabe la dotrina? ¡Pus depréndala! Cuando estaban de ver aquellas preciosas damas, era de cinco a seis de la tarde, hora en que ya llevaban bailados cuatro o cinco valses y otras tantas polkas. La sangre bien batida, teñía de vivo carmín sus mejillas frescas.

Palabra del Dia

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