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Actualizado: 29 de junio de 2025
En tal término y punto está la cosa, Que si Don Diego á caso allá bajára, Hallára nuestra gente deseosa De cualquiera revuelta y se holgára. Mas quiso con su mano poderosa El Alto remediar; que si la alzára, El Argentino todo se perdiera Y en aprieto al Perú todo pusiera. Alguna vez oí á mis oídos, Que Don Diego venia levantado, Y ví que se holgaban los nacidos En la tierra del caso relatado.
Aquel fue un golpe terrible para Juan Claudio, Catalina, Materne, Jerónimo y para la sierra entera; mas el relato de estos acontecimientos no entra en el campo de nuestra historia, ya que otros han relatado tales cosas.
Aquí, pues, los dejemos, descansando Los unos y los otros muy gozosos, El tiempo en regocijos empleando Por los campos y prados deleitosos: A Juan Ortiz volvamos, que penando Está con sus soldados lastimosos: Al que quisiere ser bien informado, Serále en otro canto relatado. En este canto se trata de las crueles y terribles muertes que los indios daban
Y recordando las expediciones río abajo que tantas veces le había relatado Rafael en sus conversaciones de amigo, aquella isleta con sus cortinas de juncos, los sauces inclinándose sobre el agua y el ruiseñor cantando oculto, le preguntaba, ansiosa: ¿Qué noche me llevas?
No hay nadie sin defectos, se decía, y es preferible que tenga éstos al que yo había imaginado. Cinco o seis días después del suceso relatado, El Joven Sarriense insertaba una gacetilla donde pérfidamente se insinuaba la misma idea que le había obligado a hacer aquella memorable excursión nocturna a Tejada.
Hacía falta añadir la lucha vergonzosa que atraviesa la joven sin fortuna en el camino de la que la posee... También está relatado. No hablemos de eso exclamó la de Ribert con lágrimas en los ojos. Distráigase usted, Magdalena, y no piense más en esa decepción que nos incumbe a todos, y a mí sobre todo...
En Guayaquil en arma se pusieron, Sabiendo que el Ingles allí ha llegado; A la Puná en breve descendieron: Tambien en Quito el caso relatado, Capitan y soldados proveyeron; Y habiendo á la Puná todos llegado, Las dos cabezas mal se concertaban, Por donde mas erraban que acertaban.
Así como las fronteras nacionales tienen sus jefes de aduana sin cuyo pase no es posible entrar, el real sitio de San Lorenzo posee un interesante personaje (nada antipático por cierto) sin cuya compañía es de todo punto inútil, si no imposible, visitar los monumentos, los jardines y demas bellezas del lugar. Ese personaje es un ciego, llamado Cornelio, de reputacion mas que europea, anciano muy bondadoso y atento y de una memoria prodigiosa apesar de sus setenta y seis años. Cornelio es el guia ó cicerone obligado de todo el que visita el palacio del Escorial. El siglo XIX lo encontró ya privado de la vista, y durante cincuenta ó mas años el pobre ciego ha recorrido por lo ménos quince mil veces todos los claustros, salones, galerías, escaleras y patios del inmenso edificio, y relatado dia por dia los mismos hechos y las mismas cosas á centenas de miles de curiosos visitadores.
Estaba ella en las afueras de la ciudad, y en un lavadero de lanas de los señores Botifora y Compañía, los mismos que rezaban en el bando que me había relatado de memoria el zumbón de su pariente Celso. Si en Madrid no se había «jallau, por la secura y el anchor del territoriu» en Valencia se «jalló» menos, con un sol que le «ajogaba» en verano y un hablar de gentes que no parecía de cristianos.
Pocos días después de los sucesos que hemos relatado, el conde de Villerieux, tutor de la huérfana, vino a buscarla a los Genets a fin de acompañarla a París, en cuya ciudad se encontraba ya Fabrice con su hija; y no necesitaremos decir que la despedida de la señora de Montauron y Beatriz no fue cosa que llamase la atención por su cordialidad.
Palabra del Dia
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