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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Poco después, los dos amigos, cansado hasta el mismo don Víctor de confesiones, volvieron a la mesa, donde reinaba la dulce fraternidad de las buenas digestiones después de las cenas grandiosas. No estaba allí Anita. Salió Álvaro sin ser visto, por lo menos sin que nadie pensara en si salía o no, y entró de nuevo en el caserón. En la cocina seguía la algazara. Lo demás todo era silencio.

Franquearon la puerta de la casa, que estaba abierta. Y la del cuarto de la izquierda, ¡qué casualidad!, abierta también. Luego que pasaron, alguien cerró. En aquella morada reinaba una discreción alevosa. Juan la llevó a una salita muy bien puesta, junto a la cual había una alcoba perfectamente arreglada. Sentáronse en el sofá y se volvieron a abrazar.

Hacía más de veinte minutos que habían cesado y que el silencio del invierno reinaba solo en aquel abrupto paraje, cuando el buen hombre, sintiéndose seguro, salió de la garita y tomó corriendo el camino de la granja. Cuando llegó a «El Encinar» encontró toda la casa en movimiento. Se hacían preparativos para matar un buey con destino a la tropa del Donon.

Reinaba en el caserón un estrépito de trabajo ensordecedor y fatigoso para las hijas de la huerta, acostumbradas á la calma de la inmensa llanura, donde la voz se transmite á enormes distancias.

Sentáronse un rato Baltasar y la Tribuna en el parapeto del camino, protegidos por el silencio que reinaba en torno, y animados por la complicidad tácita del ocaso, del paisaje, de la serenidad universal de las cosas, que los sepultaba en profundo caimiento de ánimo, que relajaba sus fibras infundiéndoles blanda pereza muy semejante a la indiferencia moral.

Al día siguiente reinaba uno de aquellos violentos, ruidosos y animados temporales que consigo trae el equinoccio. Oíase el viento soplar en diferentes tonos, como una hidra cuyas siete cabezas estuviesen silbando a un tiempo.

Sin embargo, éste era el único con quien se humanizaba a ratos. Echando la vista en torno y advirtiendo el lujo que allí reinaba, pronto se convenció Miguel de que los tertulianos todos, sin exceptuar a su tío, apetecían la mano un poco rugosa ya de la intendenta.

¡Cómo está esto! ¿No es verdad que entristece...? Y menos mal para ti, que no has conocido los buenos tiempos, cuando desde el amanecer reinaba aquí un estrépito de dos mil demonios, y abajo, tu abuelo y yo sentíamos temblar el techo al empuje de los telares, mientras arreglábamos cuentas o sacábamos de los armarios las ricas piezas para enseñarlas a los compradores.... ¡Ah, qué tiempos aquéllos...!

El doctor Chevirev no admitía en su clínica locos furiosos; por eso reinaba en ella el silencio como en cualquier casa respetable, habitada por gentes bien educadas.

Se comprendía que el capricho reinaba allí soberano, con un asomo de avaricia quizá... ¿o de escasez? ¡Es tan difícil poder determinar eso en el primer momento! La casa de los señores: dos pisos, un techo de tejas rojas con canaletas amarillas, yedra alrededor; buen aspecto, en resumen. Y un no qué de... en fin, ustedes comprenden... ¿El señor barón está en casa?

Palabra del Dia

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