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Actualizado: 8 de junio de 2025


Pero todos estos méritos, que habían producido el milagro de la redención moral de Antonio Zapata, no bastaban a defenderle de la pobreza. Vivía el matrimonio en un cuartito de la calle de San Carlos, que parecía el interior de una bombonera, y apenas se entraba en él se veía en todo una mano hacendosa.

Su felicidad, su dicha reconquistada un día antes, perdida de nuevo y para siempre! Presentía que esta vez no había redención posible. Los nervios de la madre habían saltado a la loca, como teclas, y él no podía hacer ya nada más. Comenzaba a lloviznar. Caminó hasta la esquina, y desde allí, inmóvil bajo el farol, contempló con estúpida fijeza la casa rosada.

Se decía a mismo que nadie en el mundo es perfecto, y, sin embargo, perfecta quería seguir viendo a su hermana de elección. Y todos sus esfuerzos por glorificar o por lo menos legitimar el sacrificio voluntario eran vanos. No era verdad que al darse la muerte se hubiera redimido. La redención está en la vida, no en la muerte. La muerte no resuelve el problema moral; lo evita.

Nosotros haremos otra guerra, más justa, la única guerra justa y santa: la guerra por la redención de los hombres, contra todas las iniquidades y todas las vilezas, contra el hambre, contra la ignorancia, contra el abuso del poder, contra esa misma guerra que ustedes practican. Cuando encontramos un obstáculo, lo destruimos: una, diez, mil vidas ¿qué importan?

¿No había vivido fuera de la ley? ¿No eran indignas sus relaciones con el Príncipe? ¿Qué valor se podía dar al compromiso que sostenía haber contraído secretamente consigo misma? ¿Se podía creer que hubiera sido sincera al contraerlo, o no habría tratado con su aserción de rescate a los ojos de los demás y a los suyos propios, después de haber medido la gravedad de su culpa? ¿Era increíble que se hubiera dado a otro hombre por ejercer el gratuito oficio de redentora? ¡Si por lo menos, sin la quimera de la redención, sin la fe en la duración de su pacto, hubiese amado a ese hombre con amor puro!

El Rey, ya empleando la astucia y palabras lisonjeras, ya tremendas amenazas, intentó arrancarle el descubrimiento de los demás culpables, con el objeto de complicar en este asunto al P. Jorge Olivar, encargado de la redención de esclavos por la corona de Aragón. Cervantes se mantuvo inflexible, y sólo sostuvo que él era el único culpable.

Nadie podía decirlo, y seguramente jamás llegaría a saberse. ¡De qué manera tan misteriosa ha pasado por la vida! dijo el magistrado. Y tenía un gran corazón. ratificó Vérod. Tampoco aquel desgraciado era perverso. El Emperador ha hecho bien en conmutarle la pena: la muerte debe quedar en las manos de Dios. Viviendo el asesino, se puede esperar su redención. Está redimido.

En confianza dijo Maximiliano a Fortunata que debían mudarse de casa para no tener vecinos tan contrarios al método de personas decentes que se habían impuesto. De todo lo que el enamorado pensaba hacer para la redención de su querida, nada le parecía tan urgente como enseñarla a escribir y a leer bien. Todas las mañanas la tenía media hora haciendo palotes.

24 Por tanto, en toda la tierra de vuestra posesión, otorgaréis redención a la tierra. 26 Y cuando el hombre no tuviere redentor, si alcanzare su mano, y hallare lo que basta para su rescate; 27 entonces contará los años de su venta, y pagará lo que quedare al varón a quien vendió, y volverá a su posesión.

47 Y si el peregrino o extranjero que está contigo, adquiriese medios, y tu hermano que está con él empobreciere, y se vendiere al peregrino o extranjero que está contigo, o a la raza del linaje del extranjero; 48 después que se hubiere vendido, tendrá redención; uno de sus hermanos lo rescatará;

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