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Actualizado: 24 de mayo de 2025
En la tarde de aquel día nefasto, nos encontrábamos todos en el salón. El comandante y mi tío jugaban al ajedrez; Blanca tocaba una sonata de Beethoven, y yo, recostada en un sillón espiaba con los párpados entornados la actitud y la fisonomía de Pablo Couprat. Sentado junto al piano, algo atrás de Juno, escuchaba con gravedad, sin cesar de mirarla.
Otra estátua de marmol antigua en su nicho de ocho palmos de alto que representa la Diosa Salus ó Higea. Otra estátua de marmol en su nicho de poco más de una vara de alto que representa una mujer recostada sobre un tronco. Otra estátua de marmol antigua en su nicho de poco más de una vara que representa una Venus con una paloma en la mano izquierda sobre una columna.
Cuentan tambien las historias arábigas que cuando Azzahra se vió por primera vez sentada junto á su glorioso dueño en uno de los salones de aquella especie de palacio encantado, estuvo largo tiempo recostada en un ajimez contemplando embebecida la bella perspectiva que desde allí se ofrecia á su vista; é hiriendo de repente su imaginacion el contraste que presentaba la blancura y alegría de las nuevas construcciones con el sombrío cerro que les servia de fondo, esclamó: ¡Mira, y cuán linda parece esta doncella en brazos de ese etíope!
Ya es algo le interrumpió Melchor, que estaba tendido en su sillón, y tenía recostada la cabeza en el respaldo, de cuyos costados se había tomado con las manos como para sostenerse mejor, y agregó, sin apartar la mirada del cielo: por ahí se empieza... tras la incredulidad adquirida por frotamiento, que no por convicciones... llega la indiferencia... luego se abandona gradualmente el afán de negar... y un buen día... o una buena noche como ésta, se mira al cielo... se contempla un momento esta portentosa... esta estupenda armonía sideral... esta maravillosa rotación de soles y de repente brota en el alma un punto de luz... que crece... se dilata... la llena... y la ilumina...
Toledo, la antigua capital del imperio godo, con su maravillosa catedral y sus palacios suntuosos, que, á pesar de sus ruinas, excitan nuestra admiración; Burgos, cuna del Cid, con sus almenas y torres góticas; la rica Barcelona, no inferior á ninguna ciudad de Italia en sus magníficos edificios públicos y privados; la bella Valencia, recostada en su encantadora huerta, como una reina en un lecho de rosas; Córdoba, la antigua capital de los califas, la puerta de oro por donde se derramaron en el Occidente las artes y el lujo de Oriente; Granada, el castillo encantado y romántico, la Bagdad europea, envanecida con su Alhambra, Generalife y Albaicín y con su fértil vega, cercada de sierras, coronadas de nieve, como de riquísima diadema; Sevilla, en fin, el emporio de las riquezas de América, la primera plaza comercial de Europa, con sus muelles llenos de extranjeros de todas las naciones, y agobiada por el peso de tantas riquezas; con su gigantesca catedral, el templo más vasto del orbe; con la esbelta torre de la Giralda, que se destaca de las tranquilas aguas del Guadalquivir, eran las joyas más preciadas de la bella Península.
Mientras permaneció sin conocimiento, con su cabeza recostada sobre un almohadón de seda lila, la señora Percival estuvo arrodillada a su lado, y pienso que me miraba con considerable recelo, pues, ignorando lo sucedido, creía que yo era el causante.
Poco tiempo iba transcurrido desde la severa reprimenda, cuando una tarde, mientras Julián leía tranquilamente la Guía de Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída de persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, despidiendo lastimeros ayes y hondos suspiros.
...¡No sé!... aquí... no sé qué tengo... ¡ganas de llorar! Llora... así... llora no más... eso te hará bien... Lorenzo lloraba a sollozos, recostada la cabeza en el hombro de Melchor, de cuyos ojos caían silenciosas lágrimas sobre el cabello de su amigo... ...Bueno... ¡ya pasó...! ¡Cuánto te incomodo!... ¡Al contrario!... acabas de darme un alegrón... ¿Esto más?... ¡eres un santo, Melchor!
Junto a la valla, recostada en una silla y apoyados los brazos en otra, había una señora casi de la misma edad y no menos voluminosa, con un sombrero cargado de flores. Su cara rubicunda, con manchas amarillas de salvado, ensanchábase de entusiasmo cada vez que su compañero ejecutaba una buena suerte.
Al sentir ruido, Lázaro alzó la vista, y viendo a Josefina, adelantó algunos pasos, mientras ella permanecía callada y quieta, recostada en el quicio de la puerta. Lo que allí pasó fue triste, silencioso, casi horrible. El confidente se trocó en capellán, el amigo dejó su puesto al ministro del cielo.
Palabra del Dia
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