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Actualizado: 6 de junio de 2025
Permaneció el joven por algunos momentos inmóvil, sin saber qué hacer y luégo vió que desaparecían mano y espejo y que se adelantaba hacia él una hermosísima joven, con traje tan elegante como rico. En su rostro sonriente reconoció Roger el de la doncella á quien aquella mañana librara él de las asechanzas de su hermano, y su sorpresa creció de punto.
González le hizo ver un sombrero que uno de sus parroquianos había encontrado junto al río, lejos del campamento. El ingeniero lo reconoció inmediatamente. Era el que llevaba Torrebianca. Estaba convencido, desde mucho antes, que su compañero no figuraba ya entre los vivos.
Lea atravesó el pasillo oscuro, y fué á abrir. Á la tenue claridad que salía por la puerta entreabierta, reconoció á Jacobo á pesar de traer el sombrero echado sobre los ojos y el cuello del gabán levantado hasta la nariz.
Salió al fin Morsamor de aquel piélago de tristes meditaciones en que se había engolfado. El sol, que se alzaba sobre los montes, desgarró los velos de niebla que los envolvían. Morsamor vio entonces el promontorio que estaba cerca y hacia donde dirigía el rumbo su nave. En seguida reconoció que eran los cerros de Cintra, cubiertos de feraz y lozana verdura.
Se dijo que más de un alma se sintió regenerada con la eficacia de aquel discurso, y que fueron muchos los que juraron eterna gratitud al Sr. Dimmesdale por el bien que les había hecho. Pero, cuando bajó del púlpito, le detuvo el anciano sacristán presentándole un guante negro que el ministro reconoció por suyo.
Apeóse y reconoció el terreno, pero no dió con el jinete. Encendió cerillas, y nada, no encontró rastro del Duque. «Puede ser que oyendo el galope de mi caballo, y temiendo que le alcanzase, se haya escondido por aquí cerca» se dijo.
Vióle don Pablo llegar a Colón, abrirse la portezuela y bajar dos niñas de blanco, que al punto no reconoció, y luego... misia Goya y don Bernardino Esteven, llevando detrás, como cosido a sus talones, al mismo, al mismísimo Quilito. ¿Era casualidad? ¡Lo que le dió aquello que pensar!
Si don Jacobo lo oyó y si reconoció en el informante a un abogado distinguido, al cual, pocas noches antes, había ganado algunos miles de pesos, no podría decirlo con certeza, pues su impasible rostro no reveló el menor indicio de ello.
Al verme libre; al ver a un cura, a quien reconoció desde luego, lo comprendió todo: corrió a mis brazos, y no pudiendo más, perdió el sentido. Aquella gente estaba atónita; el hermano cura que había recibido en sus brazos a mi pequeña criatura, lloraba en silencio, y todo el mundo se había arrodillado. En ese momento salió el sol, y parecía que Dios fijaba en nosotros su mirada inmensa.
Así hubiera sucedido indudablemente, pero en aquel instante resonó un grito a nuestras espaldas y volviéndome vi a un jinete que acababa de dejar la avenida y galopaba por el sendero, revólver en mano. Era Federico Tarlein, mi fiel amigo. Ruperto lo reconoció también, y comprendió que había perdido la partida.
Palabra del Dia
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