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Actualizado: 6 de junio de 2025


El general mandó un ayudante suyo, y media hora después estaba el capitán Briones, que reconoció a Martín. El general los dejó a todos libres. Martín, Catalina y Bautista iban a marcharse juntos, a pesar de la oposición de la superiora, cuando el capitán Briones dijo: Amigo Zalacaín, mi madre y mi hermana exigen que vaya usted a comer con ellas.

Reconoció al punto el jamelgo de Celesto. ¡Canario! ¿Qué habrá sucedido? ¡Si lo habrá matado! Y a toda prisa dio la vuelta y bajó hacia el sitio donde lo dejara. Celesto se encontraba en situación apuradísima.

Por fin, distinguió a Juan Pablo en el rincón inmediato a la escalera de caracol por donde se sube al billar. Acompañábanle en la misma mesa dos personas: una mujer bastante bonita, aunque estropeada, y un joven en quien al pronto reconoció D. Evaristo a Maximiliano. Los dos hermanos sostenían conversación muy animada.

No se atrevía a aproximarse a la paseante blanca, cuando de pronto un niño entró corriendo en la avenida y se perdió entre los árboles, como un conejo asustado que atraviesa un sendero del bosque. Reconoció en aquel niño a su hijo y recobró su audacia. ¿Qué es lo que temo? pensó . Nadie tiene derecho a echarme de aquí. Que esa mujer viva o que haya muerto, soy madre y vengo a ver a mi hijo.

El doctor examinó la herida de la señora Chermidy y reconoció que el puñal había atravesado el corazón de parte a parte; la muerte debió de ser instantánea; era, pues, imposible, que la víctima hubiese podido llegar hasta la cama. El señor Stevens, comiendo la noche anterior con el duque, había podido observar el estado de sus facultades mentales.

Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces.... Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro. Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

Movido por el grotesco horror de este cuadro, el ministro, olvidándose de su inquietud y alarma infinitas, prorrumpió en una carcajada, que fué respondida inmediatamente por una risa ligera, aérea, infantil, en la que con un estremecimiento del corazón que no sabía si era de intenso dolor, ó de placer extremo, reconoció el acento de la pequeña Perla.

Al oír los pasos del criado que se lo traía, Clara que estaba bordando debajo de la lámpara, se alzó precipitadamente de la silla, reconoció la azucarera donde sospechaba que ya no quedaba azúcar, y viendo confirmada su presunción, corrió al encuentro del criado y le hizo volver a la cocina.

Al patrimonio de ilusiones legado por los hombres anteriores había que agregar una nueva ilusión ó un esfuerzo para realizarla. Reconoció Ferragut que en tiempos normales habría llegado á la muerte tal como había vivido, siguiendo una existencia monótona y uniforme.

No le dirigió ningún reproche, se reconoció culpable y confesó que, como madre, tenía que proceder como lo había hecho; pero recordó su afecto por ella, aquel sentimiento sincero a que debía la recuperación de su hija, y le suplicó que no entregara a la vindicta ley a aquel que había contribuído tanto a su felicidad.

Palabra del Dia

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