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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Pero ¡ah! la realidad estaba allí, delante, cruel, implacable. Y oraba devotamente, lleno de fe, con fe de santo, y acudían a mis labios las oraciones que aprendí de niño, y las recitaba cuidadosamente, poniendo el alma y la vida en cada frase, en cada palabra, en cada sílaba.

Siempre tengo en la memoria el acento dolorido con que don León me recitaba aquellos versos salidos del alma: ¡Qué falta de cordura! ¡Qué sobra de imprudencia! ¡Adoptar desventura! ¡Desechar avenencia! No hay para qué decir que yo celebraba mucho los versos de don León: juzgábalos sinceramente bellos; mas, aunque así no fuese, el respeto me obligaría a ponerlos sobre la cabeza.

Aún oyó la voz de su cuñada gimiendo a través de la negra tela con lamentos de niña, rogándole que la rematase pronto, que no la hiciera sufrir intercalando sus súplicas entre fragmentos de oraciones que recitaba atropelladamente. Y como hombre experimentado, buscó con la boca de la pistola en aquel envoltorio negro, disparando los dos cañones a la vez.

El Padre de los Maestros, aceptando las sugestiones de su vanidad, creía que este varonista, enemigo del orden, había sugerido al Hombre-Montaña la idea de interrumpir su tertulia en el momento preciso que el gran Golbasto recitaba sus versos, para quitarle así un gran triunfo literario.

En los otros viajes, cuando había que echar al agua un muerto, el comandante o el primer oficial suplía la falta de sacerdote. Recitaba una plegaria en alemán, con la gorra en la mano, ante el pesado féretro, y después la orden de costumbre «Désele cristiana sepultura.» Y el cajón caía al mar. Pero en este viaje podían disponer de un clérigo, y el muerto era católico.

A Gutiérrez González no se discute, y es una grave impresión de respeto por ese hombre la que siente el extranjero al contemplar la adoración serena de un pueblo por el intérprete armónico de sus cosas más íntimas... Así recitaba la Francia las primeras meditaciones de Lamartine; así suena aún en los hogares de Escocia el eco tierno de Burns... Nacido en tierra americana, respirando la atmósfera de nuestra época, enfermo de las mismas nostalgias mortales que sombrean el espíritu de casi todos nuestros poetas, cantando en nuestra lengua... ¿en qué puede fundarse un colombiano para sotenernos que, sólo para ellos, Gutiérrez González es un gran poeta? ¿En qué se fundaba la generación anterior a la nuestra para encontrar las imprecaciones de Mármol contra Rosas, dignas de Juvenal o de Hugo, o para extasiarse ante las laboriosas estrofas de Indarte?

Y recitaba la tierna poesía de Villegas hasta el último verso, con lágrimas en los ojos y agua en los labios. La mayoría del cabildo absolvía de esa falta de formalidad al Arcipreste a condición de que se le tuviera por chocho.

El honor, aquella quisicosa que andaba siempre en los versos que recitaba su marido, estaba a salvo; ya se sabe, no había que pensar en él; pero bueno sería que un hombre de tanta inteligencia como el Magistral la defendiera contra los ataques más o menos temibles del buen mozo, que tampoco era rana, que estaba demostrando mucho tacto, gran prudencia y lo que era peor, un interés verdadero por ella.

El deseo de escapar no alcanzaba muy lejos. También yo había leído en los Tristes dísticos que recitaba en voz baja, pensando en Villanueva, la única tierra que yo conocía y que me había dejado añoranzas que escocían. Estaba atormentado, agitado, más aún, desmoralizado hasta en las horas de pleno trabajo, porque ya no lo contaba para nada en mi vida.

Había aprendido también Juanita algo de geografía y de historia; y ya, cuando apenas tenía nueve años, recitaba con mucha gracia varios antiguos romances y no pocas fábulas de Samaniego. Tiempo hacía que don Pascual no visitaba a Juanita ni a su madre. Primero, las frecuentes visitas de Antoñuelo le habían espantado.

Palabra del Dia

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