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Actualizado: 15 de mayo de 2025


En los alrededores del predio de Son Febrer eran muchos los mozos que tenían la cara de don Horacio; pero su esposa la mejicana, alma poética, vivía muy por encima de estas vulgaridades, mientras con el arpa en las rodillas y los ojos entornados recitaba las poesías de Ossián.

Abría la puerta de la pequeña iglesia fresca y sombría como una bodega, mostrando en el fondo, metida en un altar barroco de oro apagado, la pequeña imagen con el manto hueco y la cara negra. El buen hombre, recitaba a toda prisa, como quien la sabe de memoria, la historia de la imagen. Era la Virgen del Lluch, la patrona de Mallorca.

Estaba muy animado aquella noche. Sus ojos brillaban al hablar. Recitaba en alta voz pasajes de la tragedia e intentaba cantar los coros. Más de una vez creyose obligada su sobrina a hacerle callar: ¡Tío, tío! Yo atribuía aquella fiebre, aquella exaltación, a un puro entusiasmo lírico.

¡Qué picarón! ¡cómo lo recuerda! exclamó Nuncita, enternecida de verdad. Lo cierto era que Paco, a quien la Niña, después de muy rogada, había mostrado las cartas que conservaba de Paniagua, se había aprendido de memoria aquel originalísimo documento y lo recitaba en todas partes para regocijo de sus amigos. Eso se llama un hombre resuelto.

Cuando tenían que tocar con el hacha uno de aquellos troncos, lo hacían temblando, y el montañés de los Apeninos decía: «Si eres dios ó diosa, perdóname»; y recitaba devotamente las plegarias propias del caso, pero no se quedaba muy tranquilo después de sus genuflexiones. Al blandir el hacha, veía agitarse las ramas encima de su cabeza.

Pero Vargas insistía, daba detalles, recitaba el texto de los telegramas... D. Francisco estuvo largo rato aturdido, como el que recibe un canto en la cabeza.

No nos parece esta ocasión oportuna de indicar ahora otras hipótesis acerca de la manera, en que los joglares debieron recitar sus narraciones delante de los que los escuchaban. Se podría sostener que mientras un cantor recitaba el romance, representaban pantomímicamente los bufones y remedadores el suceso referido.

Cuando me recitaba Mistral sus versos en aquella hermosa lengua provenzal, latina en más de sus tres cuartas partes, hablada antiguamente por las reinas y que hoy sólo comprenden los frailes, admiraba yo en mi fuero interno a ese hombre.

Cuando pensaba así, oyó el Magistral a su espalda, detrás del árbol en que se apoyaba, al otro lado del seto, una voz de niño que recitaba con canturia de escuela «Veritas in re est res ipsa, veritas in intellectu...» Era un seminarista de primer año de filosofía que repasaba la primera lección de la obra de texto, Balmes.

D. Melchor sabía hacer algunos juegos de manos; D. Peregrín Casanova sazonaba la tertulia con salerosos cuentos; Cándida recitaba admirablemente al piano varias fábulas morales; por último, el P. Joaquín tocaba, rascando los dientes con las uñas, cualquier pieza musical, y remedaba el grito del gallo con tal perfección que cualquiera le confundía con este bípedo. Aquella noche no hubo música.

Palabra del Dia

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