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Desde la noche del baile, Auvray había ido todos los días, sin faltar uno, a informarse del estado de Magdalena. Solía recibirle Antoñita, y después que ésta partió, era José quien le daba las noticias.

Dado á conocer así somera, y no favorablemente, por desgracia, podemos ya lisonjearnos de conocer á cuantas personas ocupaban la sala cuando entró en ella el padre Jacinto. Doña Blanca, Clarita, D. Valentín y D. Casimiro se levantaron para recibirle, y todos le besaron humildemente la mano.

Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática. No tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía muchas atenciones: si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual sentía extremadamente.

En su caída había llegado hasta la culpa por el camino de la premeditación; procuró que su amante volviera a pisar la casa de sus padres, y trémula de amor, agitada por el deseo, le debió esperar para recibirle en sus brazos.

Este mañana, ¿cuándo es? Examino la fecha. ¡Este telegrama está puesto hace dos días! ¡Sarrió está en Madrid! Aquí no tendría que poner un solo signo admirativo, sino seis u ocho. ¡Sarrió ha llegado a Madrid sin que yo bajase a la estación a recibirle! Y se pasea por estas calles sin que yo le acompañe.

Alfonso debía regresar el día 17 del colegio; fui a recibirle en Mâcón. Llegó por la noche, solo.

Cuando hubo llegado a la plaza, hace detener en medio de ella su coche, manda cesar el repique de las campanas, y arroja a la calle todo el amueblado de la casa que las autoridades han preparado para recibirle: alfombrado, colgaduras, espejos, sillas, mesas, todo se hacina en confusa mezcla en la plaza, y no desciende sino cuando se cerciora de que no quedan sino las paredes limpias, una mesa pequeña, una sola silla y una cama.

Tuvo que discutir con el portero, que le cerraba el paso, y al fin le dejó subir por la escalera de servicio para que no manchase la alfombra de la escalera principal con la nieve derretida que soltaban sus pies. En la puerta de la cocina le rechazaron con aspereza después que un criado desapareció por unos instantes para anunciar su nombre. El señor marqués estaba muy ocupado: no podía recibirle.

El tunante de tu hermanito se ha escapado de Medina y anda por ahí con otros perdidos. ¡Si pone los pies en esta casa cuenta conmigo! Soledad prometió no recibirle si lo intentaba. Pero esto era fácil de prometer y no de cumplir. Un día, hallándose sola en la tienda, se presentó de improviso Miguel, escuálido, andrajoso, muerto de hambre. ¿Qué iba á hacer la pobre sino socorrerle?

Llegó á Sevilla el embajador Baronet Francis Cottington jueves 20 de febrero de 1631 saliendo á recibirle hasta Ecija, donde le encontró, don Juan de Mendieta «por no auer auisado cuando auia de entrar» pagándose á dicho señor 100 reales por el gesto que hizo.