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Y minuto tras minuto, corrió más de media hora hasta que llegó, no Leticia, sino una doncella para rogar al guapo mozo que la siguiera a donde su señora tendría el gusto de recibirle.

Desde el primer paso veía exactamente los sentimientos que había para él en aquella casa. ¡Aquel hombre que en la niñez le llevaba á su casa después de jugar con Jacobo, y que le daba paternalmente golosinas y caricias, dudaba si sus señoras querrían recibirle!

Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un ademán de vencedor empujó la puerta, que sólo estaba entornada. Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer cuya presencia le hizo dar un paso atrás. ¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?... La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar al mismo tiempo.

De modo que cuando se supo que Keleffy venía, y no como un artista que se exhibe sino como un hombre que padece, determinó la sociedad elegante recibirle con una hermosísima fiesta, que quisieron fuese como la más bella que se hubiera visto en la ciudad, ya porque del talento de Keleffy se decían maravillas, ya porque esta buena ciudad de nuestro cuento no quería ser menos que otras de América, donde el pianista había sido ruidosamente agasajado.