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Por el contrario, el segundo, al que la condesa llamaba siempre «mi querido tabelión» con cierto aire de protección, olvidando que el abuelo Neris había sido jardinero en casa del abuelo Hardoin, era, a pesar de sus patillas grises, un cincuentón tan verde de espíritu como de cuerpo y cuyas respuestas, de una bondad maliciosa, hacían a veces rechinar los dientes como una manzana agria.

Que no contasen con socorro alguno del ayuntamiento si aquella tarde sacaban los instrumentos de la Academia... Don Mateo preguntó: ¿qué motivo?... Maza, después de rechinar los dientes como introducción, manifestó que no quería contribuir a solemnizar la entrada del personaje que iba a llegar por la tarde y se alojaba en casa de Belinchón.

, el pan del cuerpo... ¡que muero de hambre... de hambre!... Fueron sus últimas palabras razonables. Poco después empezaba el delirio. Celestina lloraba a los pies del lecho. Don Antero, el cura, se paseaba, con los brazos cruzados, por la sala miserable, haciendo rechinar el piso.

Al través de los vidrios y visillos de las ventanas se veían lucir las estrellas; turbaban el silencio los ruidos característicos del campo; ya el campanilleo de una recua, ya el rechinar de un carro, ya los graznidos de las aves rapaces que buscaban nidos entre la espesura del ramaje. A las tres de la madrugada la enferma pidió agua; Julia se la dio.

Bajaron algunos peldaños y la anciana silbó junto a él. Oyose entonces un cerrojo que caía y el rechinar de la puerta. Tenue resplandor embebió el lienzo que llevaba sobre los ojos y un fuerte sahumerio embriagó su sentido. Desceñida la venda por los dedos de la mujer, hallose en árabe estancia con azulejos en las paredes y techo de maderos entrelazados.

El remedio, en esta ocasión, casi nos parece peor que la enfermedad. ¿Por qué ha de castigar Dios a quien anhele conocerle? ¿Por qué ha de coincidir el poeta con quien inventó en prosa esta célebre frase: la funesta manía de pensar? ¿Por qué, desde el empleo de nuestras más nobles facultades en el estudio de la metafísica en general, y singularmente de la teodicea, hemos de descender, con inevitable descenso, a la borrachera y a los amores libidinosos, y todo ello sin regocijo, sino con furia, rechinar de dientes y maldiciones como de precito?

Cuando el duque, que era el que había hecho rechinar aquella puerta, entró en el aposento de doña Juana, se encontró á esta vestida de blanco de los pies á la cabeza, más hermosa que nunca, pero terrible. Doña Juana tenía un pistolete amartillado en la mano, y apuntaba con él al pecho del duque, á dos pasos de distancia.

Un hombre que se lanza desesperado al crimen no experimenta en el instante de perpetrar su primer robo, su primer asesinato, emoción tan viva como la que yo experimenté cuando introduje la llave, cuando le di vueltas poco a poco para evitar todo ruido, cuando empujando la puerta ya abierta, esta cedió ante sin rechinar, merced a las precauciones que con este fin había tomado D. Diego.

Y de allí venía una leve brisa helada que coloreaba los dedos y la punta de la nariz, vigorizando los músculos y produciendo cosquilleo en los ojos. La campiña se preparaba a dormir, exhalaba un suspiro de bienestar, mezcla confusa de voces y mugidos, rechinar de carros, tañido de esquilas y rumor de olas, fundido todo y armonizado en la amplitud de la llanura ilimitada.

¿Quién va? dijo desde dentro una voz bien conocida. Velázquez puso los labios sobre la cerradura y respondió en voz de falsete: Abre. ¿Quién es? preguntó Soledad. Antonio. Aguarda un momentito. Oyó el majo, con el corazón palpitante, el rechinar de una cama y el ruido de unos pies que se ponen en el suelo. Al instante se abrió la puerta. Pasa dijo Soledad con voz apagada. Velázquez obedeció.