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Actualizado: 9 de junio de 2025


Todos son útiles para cada uno, y cada uno para todos. El pastor que va á los pastos altos á guardar los rebaños de la comunidad, no es el menos necesario á la prosperidad general. Cuando ocurre un desastre, ayúdanse todos mutuamente para enmendar el daño. Si el alud se ha desplomado sobre algunas cabañas, todos trabajan en el desescombro.

De un lado se ven, como bajos estribos ondulosos de los Montes de Toledo, graciosas colinas de seno granítico y superficie arenosa y arcillosa, absolutamente desnudas de vegetacion natural, pero cubiertas de sementeras de cereales, de pequeños olivares y viñedos, en los puntos ménos estériles; en tanto que sobre las ásperas lomas ó los campos muy desiguales y agrios pacen algunos rebaños do ovejas ó de vacas, cuyos grupos contrastan en el horizonte con los picachos rocallosos que de trecho en trecho se alzan sobre los lomos de las mas altas colinas.

Desde el pretil veíanse rebaños de obscuras ovejas, que al compás perezoso de las esquilas iban en busca del corral, mientras que por la parte de arriba, por la carretera polvorienta, marchaban también en retirada los rebaños del trabajo, gentes de espalda encorvada y blusa vieja, con la cara sudorosa y el saco de herramientas a la espalda. La melancolía del crepúsculo se apoderaba de Juanito.

Recogiendo la mirada en un círculo menor, se ve por todos lados la opulenta llanura, primorosa por su cultivo, esmerado, sus numerosas poblaciones, sus graciosos cortijos, sus enjambres de pequeños rebaños, de casas campestres, de huertos y jardines, y sus laberintos de arboledas ya en grupos mas ó menos extensos, ya en hileras ó en calles resplandecientes de verdura, donde alternan los naranjales con los viñas, los interminables olivares con las sementeras de hortalizas, cereales, etc.

De la torre en las grietas el viento gemidor, las aguas, los rebaños con su voz agitada, todo sufre y se queja; la natura cansada necesita reposo, rezo, silencio, amor.

A pesar de los continuos ataques del pescador, los rebaños marinos se mantenían incólumes por medio de una procreación infinita. La fauna de la profundidad abisal, donde la falta de luz hace imposible toda vegetación, era forzosamente carnívora. Los habitantes débiles devoraban los residuos y los animales muertos que descendían de la superficie.

A medida que el cazador avanzaba, aumentaba el número de rebaños; y no eran solamente rebaños de ganado los que huían, unos mugiendo, otros berreando, sino también bandadas de ocas que se extendían hasta perderse de vista, gritando, graznando, arrastrando sus buches a lo largo del camino, con las alas abiertas y las patas medio heladas; ¡daba pena verlas!

Brutos y personas permanecen allí arriba durante cinco o seis meses, alojados al sereno, con hierba hasta la altura del vientre; después, cuando el otoño empieza a refrescar la atmósfera, vuelven a bajar a la masía, y vuelta a rumiar burguesmente los grises altozanos perfumados por el romero. Quedábamos en que ayer tarde regresaban los rebaños.

Más allá de los campos estaban las ciudades, las grandes aglomeraciones de la civilización moderna, y en ellas otros rebaños de desesperados, de tristes, pero que repelían el falso consuelo del vino, que bañaban sus almas nacientes en la aurora de un nuevo día, que sentían sobre sus cabezas los primeros rayos del sol, mientras el resto del mundo permanecía en la sombra.

Y los grandes capitanes del presente, con sus interminables rebaños de hombres, no habían realizado mayores hazañas que el comendador Príamo con un puñado de marineros. ¡Ah, la vida! ¡Qué engaños, qué ilusiones bordamos sobre ella para ocultarnos la monotonía de su trama! Lo limitado de sus sensaciones y de sus sorpresas resulta desesperante. Igual es vivir treinta años que trescientos.

Palabra del Dia

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