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Actualizado: 9 de junio de 2025
La via corre al principio por una hermosa y vasta llanura, á la izquierda del Guadalquivir, por entre numerosas casas campestres, extensas plantaciones de hortalizas y cereales, olivares todavía recientes, prados y barbechos donde pacen los rebaños de ovejas, y algunos preciosos bosquecillos de granados que tenian el aspecto mas encantador por sus formas elegantes y sus rojas y lindas flores.
La señorita de la estancia de Rojas se divertía acosando á estos rebaños zancudos, que escapaban, abriendo el compás de sus rudas patas, y eran alcanzados algunas veces por el lazo de la amazona. El puma, con el empujón del hambre, también descendía en invierno de las alturas para rondar en torno á los ranchos y casitas de la Presa.
Desde mi ventana veía negrear los círculos de las tiendas cubiertas de fieltro o de pieles de carnero; y a veces asistía a la partida de una tribu, que en filas de largas caravanas llevaba sus rebaños hacia Oeste. El superior de los lazaristas era el excelente padre Julio. Su larga permanencia entre las razas amarillas lo habían tornado casi en un chino.
Sublime manifestación de la fuerza humana, único elemento capaz de sacudir, guiar, enloquecer, los rebaños de hombres sobre el polvo de la tierra!
Unos eran espadas con las sangrientas hojas cubiertas de guirnaldas de laurel, símbolo de heroísmo; otros parecían áureos cetros rematados por coronas de rey o de emperador; varas de justicia; barras de oro formadas de monedas superpuestas; báculos con piedras preciosas, símbolos de divino pastoreo desde que los hombres se agruparon en rebaños para balar temerosos con la vista puesta en lo alto.
«¡In illo tempore!»... continuó... En aquel tiempo se promulgó un edicto mandando empadronar a todo el mundo. Cuando llegó a los pastores que estaban en vela, cuidando sus rebaños, don Cayetano recordó su grandísima afición a la égloga y se enterneció muy de veras. Más enternecida estaba la Regenta, que seguía en su libro la sencilla y sublime narración. «¡El Niño Dios! ¡El Niño Dios!
Descargaban cosechas de provincias enteras, rebaños interminables de bueyes y caballos, toneladas y toneladas de acero preparado para esparcir la muerte, muchedumbres humanas á las que sólo faltaba una cola de mujeres y de niños para ser iguales á los grandes éxodos belicosos de la Historia.
Lo que allí se llama el «Real sitio do San Lorenzo» es en verdad un paraíso, un oásis encantador de verdura, corrientes bulliciosas, lustrosos rebaños y primores, en medio de una vastísima soledad de peñascos y lomas estériles.
Callaban porque en aquella vía, invadida por la moderna industria, eran menos las gentes del campo. ¡Ay, si aquello hubiese sido en la línea de Durango, por donde descendían los rebaños de la fe para la fiesta de la tarde, en masas cerradas, con sus curas y estandartes á la cabeza!... Al bajar del tren el doctor Aresti, oyó que alguien le llamaba.
En cambio, los rebaños de cabras subían las escaleras tortuosas, con la agilidad de la costumbre, para dejarse vaciar las ubres en todas las mesetas. Los muelles de la Marinela atraían al capitán por su «color» de puerto mediterráneo.
Palabra del Dia
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