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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Hacíase toda entre gallos y ratones, jumentos, raposas, lobos y jabalíes, como fábulas de Isopo. Yo le alabé la traza y la invención, a lo cual me respondió: -Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo y la novedad es más que todo; y si yo salgo con hacerla representar, será cosa famosa.
Ella, siempre me llamaba «el encanijado». Yo sonreía sin escandalizarme. «El encanijado» era efectivamente el nombre que me daban en casa, por ser delgado, entrar en todas partes con el pie derecho, asustarme de los ratones, tener en la cabecera de mi cama una estampa de Nuestra Señora de los Dolores, que perteneció a mi madre, y andar un tanto corcovado.
El duque se levantó para cumplir el mandato. A los pocos instantes se presentó Petra a vestirla. Mientras lo llevaba a cabo, ama y doncella cambiaron algunas impresiones con excesiva familiaridad, mientras el banquero seguía con fijeza entre atento y distraído, los movimientos de la faena. Señorita, ¿ha visto usted ayer a la Felipa guiando dos jaquitas que parecían ratones?
Rara vez sacaba de su cabeza aquel viejo y maldecido tema de la liberación voluntaria y de la muerte de la bestia carcelera; pero una noche que estaban solos en el café, lo sacó, como se trae del desván un trasto viejo y se le limpia el polvo, a ver si lo ha deteriorado el tiempo o lo han roído los ratones.
Mas el mesmo Dios, que socorre a los afligidos, viéndome en tal estrecho, trujo a mi memoria un pequeño remedio; que, considerando entre mí, dije: "Este arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros. Puédese pensar que ratones, entrando en él, hacen daño a este pan. Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque verá la falta el que en tanta me hace vivir.
El primer día de diciembre Celestina se propuso, de acuerdo con don Custodio, dar el último ataque para conseguir que su padre admitiera los Sacramentos. Al entrar, por la mañana, a eso de las ocho, don Pompeyo Guimarán, que venía soplándose los dedos, la beata le detuvo en la tienda abandonada, fría, llena de ratones.
Mira que te va a matar; lo ha dicho el otro día en la cocina. Y coge muchos ratones para que madrina te quiera y no te echen de casa.» El gato, extasiado, susurraba allá en el fondo de la garganta mil síes complacientes, y se frotaba contra ella cada vez más acaramelado y pegajoso.
Entre tanto murmuraba Quevedo, subiendo lentamente las escaleras: Para entrar en todas partes, sirve una cruz sobre el pecho; mas para salir de algunas, sólo sirve cruz de acero. ¿Qué decís? le preguntó Juan Montiño. Digo que al entrar aquí, no somos hombres. ¿Pues qué somos? Ratones. ¿Supongo que mi tío no será el gato? No, porque vuestro tío es comadreja.
Aun arañas no había en él; conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria.
Desde la noche que pasó en el camaranchón de doña Angustias en compañía de los ratones, no había tenido un miedo igual. A la madrugada se adormeció un poco; pero en su sueño se le presentaban multitud de cuchillos como el que había visto, y á veces uno solo, pero tan grande, que bastara por sí á cercenar cincuenta cabezas á la vez.
Palabra del Dia
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