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Se le adulaba, como si sus antecedentes no se conocieran o quizá porque se conocían; entre don Raimundo y él, igualmente criminales y condenados a la misma pena por la opinión pública, había una capitalísima diferencia: la que existe entre el ladrón y el ratero, no porque el portugués se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedábase en mantillas.

748 ¡Pero que había de aprender al lao de ese viejo paco!; que vivía como un chuncaco en los bañaos, como el tero; un haragán, un ratero, y más chillón que un varraco. 749 Tampoco tenía más bienes ni propiedad conocida que una carreta podrida, y las paredes sin techo de un rancho medio deshecho que le servía de guarida.

Le parecía intolerable permanecer allí mientras ella estaba sola, aislada en un cuarto de hotel, aguardando con igual impaciencia el momento de la reunión. ¡Qué amanecer el de la partida! Rafael se avergonzaba viéndose descalzo; caminando de puntillas, como un ratero, por la sala donde su madre recibía a los hortelanos y ajustaba las cuentas del cultivo.

El que está á su lado es un ratero, un traidor, tal vez un asesino; él es el misionero del alma, el apóstol de la verdad, el astro de la vida, el cáliz de la revelacion; un cáliz donde se custodia una chispa del pensamiento providencial que mide y gobierna el universo: el que está á su lado es un maldiciente, un perjuro, un espía; él es el sacerdocio del porvenir; un siglo grande que no cabe en su siglo; un pueblo muy grande que no cabe en su pueblo; la ley de los hombres que no cabe en la ley de un hombre; él es la victoria que se inmola para hacer bien al hijo de su propio sacrificador.

Por un momento creyose Isidora víctima de los infinitos timadores que hormiguean en Madrid; pero repasando las compras y estableciendo por la fuerza incontrastable de la Aritmética, que a veces se impone a sus mayores enemigos, la realidad de las cifras, hizo liquidación neta de todo y declarose ratero de misma.

Más que bofetada fue un empujón; pero el endeble esqueleto de Rubín no pudo resistirlo; puso un pie en falso al retroceder y se cayó al suelo, diciendo: «Te voy a matar... y a ella también». Revolcose en la tierra; se le vio un instante pataleando a gatas, diciendo entre mugidos... «¡ladrón, ratero... verás!...». Santa Cruz estuvo un rato contemplándole con la calma fría del ofuscado asesino, y cuando vio que al fin conseguía levantarse, se fue hacia él y le cogió por el pescuezo, apretándole sañudamente cual si quisiera ahogarle de veras... Reteniéndole contra el suelo, gritaba: «Estúpido... escuerzo... ¿quieres que te patee...?».

La cueva está vacía porque sus habitantes andan ahora por las calles opulentas buscando la subsistencia con la mendicidad, el hurto ratero, los mas viles oficios, los tratos de la prostitucion, ó los desperdicios, huesos y cortezas que recogen en las orillas de los caños ó en las puertas de los mercados y las tiendas de víveres.

Si un hijo del legislador, uno de esos hijos que ahora duermen bajo la leve gasa que cubre su semblante; si ese niño llega á ser un hombre de sabiduría, de lealtad, de abnegacion; si llegase á ser el propagador de una verdad mayor que su siglo, el conductor de un fluido para el que la vida de hoy no tiene tubo ni alambique; si debiese al destino el don soberano de tener genio; es decir, el don de una virtud suprema, porque no hay genio sin virtud, no hay genio deshonrado, no hay genio infame, porque no existe el talento de picar, porque la víbora no tiene talento: si en el testamento de la predestinacion universal, recibiera ese niño aquella manda gloriosa y divina ¿qué diria el legislador, qué diria el padre, cuando supiera que su hijo comia la vitualla del presidio con el espía, con el asesino, con el traidor, con el ratero?