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Actualizado: 11 de junio de 2025
Una, muy bonita, le llamó con un signo, pero él fingió no advertirlo, y fue a colocarse en el mismo sitio que había dejado Muñoz, apoyándose también en la barandilla de la orquesta. Muñoz se arrepintió de no haberse detenido para preguntar a Raquel por Adriana. Vio a Fernando levantarse. Las dos muchachas quedaron solas.
Luego, terminada la función, aparecían Charito y Lucía. Se despedían de Julio en un rellano de la escalera, para que Raquel y Fernando, que las esperaban abajo, no descubrieran el secreto de aquella singular decisión de preferir la cazuela a la brillante sala iluminada. Al día siguiente, si la mañana era templada, iban al paseo de Palermo.
Las extravagancias de su estilo, su irregularidad, y las bufonadas en las escenas trágicas, no perjudican, sin embargo, á la verdad y á la energía de los afectos y á los caracteres de Alfonso, fascinado por el amor, y de la judía Raquel, tan ambiciosa como amada por el Rey.»
De todos modos yo no creo en las grandes pasiones; estoy convencida de que no quiero ni querré nunca a nadie. ¡Si usted supiera, Muñoz, lo que le dije hoy a Raquel! Le abrí mi alma, le confesé eso, que soy una desdichada, que no puedo querer y que usted tampoco era capaz de quererme. ¡No dices lo que sientes! interrumpió Charito con ingenua energía y desolada por el giro que tomaba el asunto.
Le había escrito a la estancia del señor Molina sin recibir contestación; entregó una carta, el ultimátum, a Raquel, suplicándole que la hiciera llegar a manos de Adriana; por fin, la víspera de ese viernes, Charito González le dio la seguridad de que ella vendría expresamente de la estancia. Subió Muñoz la escalera de la casa con emoción indescriptible.
Yo no pasaría tanto cuidado si Raquel no anduviese preocupada ella también. "Tú no intervengas para nada me ha dicho hoy si algo grave le sucede, no serás tú la que pueda remediarlo". Y así las dos me dejan con las manos atadas. Y por el mismo Muñoz, hija, ¿nada has podido averiguar? Pero si él sabe menos que yo, ni está en estado de preocuparse.
Un motivo no puede faltarte para tus acciones odiosas; ya tienes el vicio de hacerlas. El sufrimiento interior que la expresión resentida de Raquel había suscitado en su espíritu, se anuló en seguida bajo la violencia de esta última frase. Como su hermana quisiera marcharse, la retuvo. Yo no podría sino reírme le replicó de cualquier muchacho que se parezca a Castilla.
¡Déjala ir! gritó Raquel abrazándola y procurando recobrar la carta. Pero dos golpes sonaron a la puerta de la habitación. Apareció sonriendo Charito, vestida de claro; una rica piel blanca envolvía, bajo el sombrero negro, su rostro ligeramente acalorado. Tomó con efusión las manos de Adriana. Anduvimos hasta esta hora con Muñoz y con mamá, haciendo compras para ti.
Óyeme bien: quisiera verlo a Julio, de vez en cuando, con tu ayuda, por la noche... ¿Por la noche? ¿Y dónde quieres verlo de noche? En el teatro, Charito. Ha empezado la temporada de ópera y tú sabes que voy, en las noches del primer turno, con Raquel y Fernando. Julio va a la platea para verme, pero naturalmente apenas hay oportunidad de hablar.
Preguntole por la salud, y luego hizo lo mismo con su esposo. Pero éste, sea porque se hallaba distraído o bien por la aversión concentrada que le tuviese, no contestó al saludo. El estudiante quedó cortado. Raquel, entonces, no pudiendo disimular la indignación o, por mejor decir, la rabia que la conducta de su esposo le produjo, tomó la palabra, y ¡aquí fue ella!
Palabra del Dia
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