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Actualizado: 29 de octubre de 2025
MARCIO. ¡He aquí nuestras mujeres! Señores sabinos, dominaos. Os suplico que contengáis vuestros impulsos amorosos mientras no está arreglada la cuestión jurídica. Dos pasos al frente, un paso atrás; no olvidéis que es nuestra divisa. Hemos resistido largo tiempo a los raptores y sólo hemos cedido a la fuerza. Os juro, querido Anco Marcio, que no he cesado de verter lágrimas pensando en vos.
La noche del veinte al veintiuno de abril se cometió el mayor crimen de la historia humana: unos malhechores, que nombraré luego, raptaron a nuestras mujeres, las bellas sabinas. ¡Sí, es verdad! ¡Completamente exacto! ¡Justamente, el veinte de abril por la noche! ¡Vaya una memoria! ¡Qué talento, Dios mío! MARCIO. ¡Los raptores innobles fuisteis vosotros, señores romanos!
UNA VOZ. ¡Proserpinita querida! MARCIO. ¡Calmaos, señores sabinos! ¡Dominaos! Voy a arreglarlo todo. Aquí hay un error jurídico. La desgraciada mujer no se da cuenta de que es víctima de estos innobles raptores. Vamos a probárselo. ¡Señores profesores, manos a la obra! El pánico se apodera de los romanos. ESCIPIÓN. ¡Confiesa, confiesa! Si no, va a comenzar de nuevo. ¡Dios nos libre!
No echéis en olvido, señores sabinos, que nuestra única arma es la ley, nuestro derecho y nuestra conciencia tranquila. Demostraremos a los romanos, sin que haya lugar a duda alguna, que son unos raptores, y a nuestras pobres mujeres, que fueron raptadas de un modo por completo ilegal. Hasta el Cielo se estremecerá de indignación.
Crespo, que acude á sus gritos de angustia, se empeña vanamente en socorrerla; lo desarman los soldados que acompañan á Don Alvaro, y lo atan con cuerdas á un árbol, impidiéndole moverse á pesar de sus esfuerzos; su hijo, que se proponía justamente seguir á las tropas, corre también detrás de los raptores; pero cuando los alcanza, al romper el día, es ya tarde para salvar el honor de su desdichada hermana, y sólo le queda el recurso de vengarse.
La visita del libertino y violento Don Tello, no tenía otro objeto que traer á sus manos, por la fuerza, á la mísera desposada, de quien se había enamorado hacía largo tiempo. Rodrigo intenta resistir sin resultado á los raptores, que se alejan con su víctima, dejando al novio entregado á una rabia impotente. Leonor intenta consolarlo, induciéndolo á acudir al Rey Don Pedro, que le hará justicia.
Tenemos necesidad de músculos fuertes para poder llevar, el día en que al fin conozcamos la dirección de nuestras mujeres y de sus raptores, los pesadísimos volúmenes del código civil, las colecciones de las leyes y las resoluciones del Senado, así como los cuatrocientos tomos escritos con motivo de nuestro asunto por los sabios juristas, en los que se prueba, con una claridad meridiana, la ilegalidad del acto que los romanos cometieron.
MARCIO. Cálmate, Cleopatra; han confesado ya que son raptores. ¡Tornemos, pues, a nuestros penates, Cleopatra! Además, estamos ya tan habituadas a este paraje... ¿Verdad, Marcio, que son preciosas estas montañas? MARCIO. No te entiendo, Cleopatra; ¿a qué viene ahora el hablarme de las montañas? CLEOPATRA. Os enojáis; pero os aseguro, Marcio, que no somos culpables.
Sería bonito huir, romper lo ordenado, entregarse á la atracción de esos horizontes donde la diosa Aventura celebra diariamente, en la vaguedad ondulante de todos los caminos, sus ritos de poesía y misterio. Y alucinada por «la alegría que pasa», Margarita Brunet, sin despedirse de nadie y sin amar á ninguno de sus raptores, siguió á la farándula...
Palabra del Dia
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