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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Nosotros, á quienes más dolía la pérdida de la vida del Padre que la nuestra, dijimos resueltamente que le queríamos seguir en todos trabajos, y aun perder la vida si fuese necesario.
Marchose el general, y la madre y el hijo no habían vuelto de su sorpresa cuando se abrió de nuevo la puerta. Eran dos antiguos camaradas de Saint-Cyr de guarnición en Noyon. Dispénsenos usted, señorita, pero queríamos absolutamente presentar a usted nuestros respetos y estrechar la mano del capitán antes de su partida.
Andando en estas investigaciones, se nos presentó una mujer más que cincuentona, limpia y afable, a preguntarnos qué queríamos tomar mientras llegaba la hora de la cena, que en aquella casa era la de las ocho; porque barruntaba que debíamos de venir desfallecidos... Dímosle las gracias, asegurándola que de ningún alimento necesitábamos hasta la hora de cenar, y volvió a dejarnos solos.
Las horas corrían veloces; pero nosotros no oíamos o no queríamos oír los golpes del reloj sonando lentamente en el silencio y soledad de la noche. Sin embargo, la seca campanada de la una nos estremecía y nos llenaba de inquietud. Aún permanecíamos hablando algún tiempo. Sonaba la una y media... Vete, vete. Cinco minutos nada más. Pasaban cinco minutos, y otros cinco después, y yo no me movía.
Y á la verdad podía bien esperar esto de los Chiriguanás, que viven á la orilla del río Pilcomayo, pero no de los del río Bermejo, pues antes éstos, renovando las antiguas canciones, porque otras veces habían echado á los misioneros porque queríamos hacerlos esclavos de los españoles y obligarlos al servicio personal y otras mil mentiras de este jaez, le miraban con malos ojos y le decían que si pusiese el pie en sus tierras se había de salir luego, ó que para quitarle de una vez de sus ojos, le habían de quemar vivo.
PROCLO. Por mil razones. Ni ella ni yo queríamos contaminar la pureza del amor que para siempre nos une. Ambos anhelábamos seguir sin tropiezo el camino ascendente que hacia el bien y hacia la luz nos encumbraba.
Esta circunstancia nos confirmó más en la idea de la baratura. Aquella señora nos sirvió desde luego media botella de vino á cada uno, el pan correspondiente y una sopa de pasta. Luego nos preguntó qué carne queriamos. Nosotros pedimos chuletas de carnero, como para disponer el estómago.
Esta, la chacha Ramoncica como tercera, y yo como novio, nos pusimos humildemente de rodillas, confesamos nuestras faltas y declaramos que queríamos remediarlo todo por medio del santo sacramento del matrimonio.
Pues, á pesar de santiguarnos de lo lindo, no le queríamos mal, porque era hombre franco y nunca delataba á nadie. En una acción cayó herido á mi lado: yo lo cogí y lo llevé sobre las espaldas cerca de una hora, hasta encontrar una barraca, donde murió á las pocas horas. ¡No habrás pasado pocos trabajos, Periquillo! Llevarías escapulario siempre, ¿no es verdad? De Nuestra Señora del Carmen.
No va a ser un encuentro de poca monta; pero si ellos son muchos, nosotros tenemos la ventaja del terreno, y además siempre es agradable tirar a las masas; así no se malgastan las balas. Hechas aquellas razonables reflexiones, Materne calculó la altura del sol y dijo: Ahora son las dos; ya sabemos cuanto queríamos saber. Volvamos al vivaque.
Palabra del Dia
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