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Actualizado: 16 de julio de 2025
8 Y así hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban perfumes, y sacrificaban a sus dioses. 9 Y se enojó el SE
Antes que consentir que se apoderasen de una panera, la quemaban; las fuentes eran enturbiadas con lodo y estiércol, para que no pudieran beber; los molinos, desmontados y enterradas sus piedras para que no molieran un solo grano. ¡Ay de aquel francés que se rezagara en las marchas de su destacamento!
En aquella avenida vi también el cortejo de un funeral de Mandarín, todo ornado de oriflamas y banderolas; grupos de hombres fúnebres quemaban papeles en braserillos portátiles; mujeres desarrapadas aullaban de dolor revolcándose sobre los tapices; después se levantaban, y un koolí, vestido de blanco, en señal de luto, les servía el té en un gran plato en forma de ave.
El entusiasmo les hacía feroces; creían que era el mismo gobierno lo que quemaban al son de la Marsellesa, y los industriales soñaban despiertos en la rebaja de la contribución; los de las blusas blancas en la supresión de los Consumos y el impuesto sobre el vino, y las mujeres, enternecidas y casi llorosas, en que acabarían para siempre las quintas.
La atmósfera del cuarto de la enferma estaba pesada y envolvía mi cabeza como un manto sofocante; los vapores de fenol me quemaban el cerebro; la respiración comenzaba a faltarme. Corrí a la ventana y apoyando mi frente en el marco, aspiré el aire frío de la noche que penetraba en el cuarto por las rendijas. El día apareció a través de las cortinas, un día frío y gris, sumido en la niebla.
Y los animalitos, gordos y redondos como un huevo, parecían tan contentos que á lo mejor daban un brinco, perdían el equilibrio, se caían y se quemaban; el dueño acudía á apagar tanto ardor, soplaba, soplaba, estinguía las llamas á fuerza de golpes y viéndolo destrozado se ponía á lo mejor á llorar.
Por una prisionera fue la disputa de los reyes, porque Agamenón se resistía a devolver al sacerdote troyano Crises su hija Criseis, como decía el sacerdote griego Calcas que se debía devolver, para que se calmase en el Olimpo, que era el cielo de entonces, la furia de Apolo, el dios del Sol, que estaba enojado con los griegos porque Agamenón tenía cautiva a la hija de un sacerdote: y Aquiles, que no le tenía miedo a Agamenón, se levantó entre todos los demás, y dijo que se debía hacer lo que Calcas quería, para que se acabase la peste de calor que estaba matando en montones a los griegos, y era tanta que no se veía el cielo nunca claro, por el humo de las piras en que quemaban los cadáveres.
Desnoyers protestó... ¡Pero si los invasores fusilaban á los inocentes y quemaban sus casas!... El sobrino se opuso á que siguiese hablando. Palideció, como si detrás de su epidermis se esparciese una ola de ceniza; le brillaron los ojos, le temblaron las mejillas, lo mismo que al teniente que se había posesionado del castillo.
Entonces siguió un instante por sus orillas, sombreadas de avellanos, hasta el paraje más oculto y umbrío, donde solían lavar las doncellas de Entralgo cuando en el verano los rayos del sol quemaban demasiado. Allí la encontró. Acababa de llegar y tenía depositado en tierra su cesto de ropa sin haberlo tocado todavía.
Juanita era el ídolo ante el cual el amor y los celos, sacerdotes y ministros del altar de ella, atormentaban y quemaban a don Paco. Como no podía sufrirse, pensó con insistencia en matarse, y luego sus doctrinas y sus sentimientos religiosos y morales acudían a impedirlo.
Palabra del Dia
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