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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Existen además en latín muchas composiciones dramáticas de los siglos XIII y XIV, destinadas acaso á las universidades . Jerónimo Squarzafico dice en su vida del Petrarca, que el cardenal Juan Colonna era muy aficionado al teatro; pero que se quejaba de que en los dramas y representaciones teatrales reinase escandalosa licencia, y de que no hubiese otros Roscios, que supiesen declamar con perfección y decoro.
Tan pronto como vuelvo las espaldas todo se trastorna. Tiemblo sin cesar de que un día mi trabajo le parezca insuficiente. Así se quejaba la desdichada, y yo misma tenía el corazón despedazado al ver tanto dolor. Escucha, tengo que hacerte una súplica dijo ella finalmente, tomándome ambas manos: sondea a Roberto, procura saber si está contento de mí, y después me lo dirás.
Muchas veces había pensado que no estaba educada para ser la mujer de un fondista. ¿Por qué? Sus fuerzas no eran muchas y había visto mujeres de los amigos de su marido, en el Kansas, que podían hacer más trabajo; pero él no se quejaba: ¡era tan bueno! Contemplela a la luz del hogar, cuyos reflejos jugueteaban en sus facciones ajadas y marchitas, pero finas y delicadas aún.
Apurada por volver a París, a sus visitas y a sus correrías por las tiendas, se quejaba de la humedad de la atmósfera, de la tristeza del paisaje, de la soledad, pues las villas se cerraban una a una y la única distracción mundana consistía, durante el mes de octubre, en concurrir a la estación del ferrocarril, a despedir a los que se marchaban.
Su marido, que la conocía bien, le decía: «¿No te parece que vayamos hoy á cañear un poquito á casa de Velázquez?» Ella se resistía, se quejaba de fatiga, hablaba de los muchos quehaceres de la casa. Si el bueno de Pepe se dejaba persuadir, ¡desgraciado de él! El humor de su cónyuge se ennegrecía de tal modo que al día siguiente era imposible sufrirla.
Su egoísmo candoroso, pero fuerte, estaba cansado de pensar en los demás, de olvidarse a sí mismo, no quería más tiempo de servidumbre, y si Ana se quejaba, su marido torcía el gesto, y hasta llegó a hablar con voz agridulce de la paciencia y de la formalidad.
Pero doña Paula tenía superior instinto; veía más que nadie en lo que interesaba al poderío de su hijo. «Aquel don Álvaro era otro buen mozo, listo también, arrogante, hombre de mundo; tenía el prestigio del amor, contaba con las mujeres respectivas de muchos personajes de Vetusta, y a veces con los personajes mismos, gracias a las mujeres; era el jefe de un partido, el brazo derecho, y la cabeza acaso, de los Vegallana... podía disputar a Fermín, con fuerzas iguales acaso, el dominio de Vetusta, de aquella Vetusta que necesitaba siempre un amo y cuando no lo tenía se quejaba de la falta «de carácter» de los hombres importantes.
Y encima de un cristal, un listón desprendido de la cornisa golpeaba lento cuando le estremecía, al pasar, una brisa sin rumores que bajaba de la montaña.... Carmen, suspirando, se sentó en el borde del lecho al lado de «la intrusa», y se puso a rezar por el alma del agonizante. Ya Julio no se quejaba.
Don José no se quejaba; mas, para el cariño de su hijo, era imposible la ocultación de su pena: en cambio no acertaba a explicarse el fundamento del imperio que en ellas ejercía Tirso, y los medios de que se valió para conquistarlo, pareciéndole absurdo que sólo la devoción fuese la causante de tantas desventuras.
-Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo. Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda; y él, leyendo en voz clara, vio que así decía: Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela.
Palabra del Dia
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