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Las lágrimas, que en amargo tropel se asomaban a los ojos de la enamorada, quedaron detenidas y, fuese máscara del amor propio ultrajado o serenidad fingida, en su cara se dibujó de pronto una calma pasmosa: queriendo aparecer tranquila, se enjugó el llanto con el pañuelo; pero el dolor pudo más, y del pecho se le escapó un sollozo largo y angustioso que parecía quejido de alma moribunda.

De México trataremos hoy, porque las láminas son de México. A México lo poblaron primero los toltecas bravos, que seguían, con los escudos de cañas en alto, al capitán que llevaba el escudo con rondelas de oro. Luego los toltecas se dieron al lujo; y vinieron del Norte con fuerza terrible, vestidos de pieles, los chichimecas bárbaros, que se quedaron en el país, y tuvieron reyes de gran sabiduría.

Quedaron los dos en largo silencio, sin saber qué decirse. Doña Sol fue la primera en romper esta pausa.

La escandalosa de mesana, como si obedeciese a su voz, cayó. La barca siguió acercándose cada vez con más pausa. El viento no conseguía henchir las velas bajas: la cangreja pendía del palo lacia y desmayada como un vestido de baile usado. Pronto quedaron aferradas aquéllas y arriada ésta, y el barco comenzó a caminar con sosiego desesperante remolcado por los dos botes.

Don Ramón bajó la cabeza sin contestar. Ambos quedaron silenciosos. Al cabo Clara, alzando la frente, dijo con resolución: Vamos allá. Voy a ponerme otra ropa y a prevenir a la niñera. Lo que pasaba por el corazón de la joven esposa en aquel momento no es fácil definir.

El cocinero abrió con mano trémula el cofre. Apareció primero un paño de seda azul. Levantado aquel paño aparecieron algunos papeles. Levantados aquellos papeles, quedaron largos rollos empapelados. Sacado un rollo y abierto, se vió que le formaban relucientes doblones de á ocho. Contados los doblones resultó que el rollo contenía cincuenta. Contados los rollos, eran cuarenta.

Más tarde, cuando nuestros padres duerman me dije, tratarán de escaparse. Pero me equivoqué. Se quedaron tranquilamente en la sala y ni una sola vez trataron de alejarme.

Los socios de la Fontana se habían marchado, cerróse el club y sólo quedaron en la calle los tres amigos y Lázaro, que se despedía para ir en casa de su tío. Espera un instante para ver lo que sale de aquí le dijo Javier deteniéndole. A la sazón una persona daba fuertes golpes á la puerta de Calleja.

Y como para devolverle el saludo, agarró con su mano callosa un brazo del picador, apretándole el bíceps con sonrisa de admiración. Quedaron los dos contemplándose con ojos afectuosos. El picador reía sonoramente. ¡Jo! ¡jo! Yo te creía más grande, Plumitas... Pero no le hase; así y too, eres un güen mozo. El bandido se dirigió al espada: ¿Pueo almorzar aquí? Gallardo tuvo un gesto de gran señor.

Se practicó este movimiento con tanto órden y destreza militar, que logró eludir la cuidadosa vigilancia con que le observaban los rebeldes, los cuales quedaron sorprendidos á las primeras luces del dia siguiente, por no saber el como, y por donde se habia desaparecido Reseguin.