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Actualizado: 11 de mayo de 2025
A los pies de la cama el sacerdote, con semblante noble y grave, contemplaba a la pobre moribunda elevando de vez en cuando sus ojos hacia el Cielo adonde su espíritu habría de volar pronto. Súbitamente apareció Antoñita en el marco de la puerta, quedándose en la sombra que envolvía uno de los ángulos del cuarto. No intentes ocultarme tu llanto, Amaury decía Magdalena con acento cariñoso.
Quizás ella, por sus muchas ocupaciones de señora principal, no podría cuidar y atender a Su Ilustrísima como merecía, y así, quedándose él donde estaba, ganaban todos: los ortopedistas, porque conservaban a Riquín, a quien miraban como hijo; Isidora, porque estaría más ancha y podría campar por sus respetos libremente, y Riquín porque no se vería separado de su cabildo.
Al pronunciar sin intención la frase, Nucha, desde el suelo, alzaba la mirada hacia Julián. La descomposición de la cara de éste fue tan instantánea, tan reveladora, tan elocuente, tan profunda, que la señora de Moscoso, apoyándose en una mano, se irguió de pronto, quedándose en pie frente a él.
Cada cual del ejército, que se habia dividido, se volvia á sus estancias y pueblos, muy despacio, mirando por las cabalgaduras, quedándose unos pocos por todas partes á explorar los movimientos de los enemigos, sus discursos, y prohibirles sus invasiones.
Las cestas se abrieron y Celipín oyó estas palabras: Celipín, esta noche sí que te traigo un buen regalo; mira. Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la de María dos duros como dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por el tacto, ya que por la vista difícilmente podía hacerlo, quedándose pasmado y mudo.
Luego subió don Quijote sobre Rocinante, y el barbero se acomodó en su cabalgadura, quedándose Sancho a pie, donde de nuevo se le renovó la pérdida del rucio, con la falta que entonces le hacía; mas todo lo llevaba con gusto, por parecerle que ya su señor estaba puesto en camino, y muy a pique, de ser emperador; porque sin duda alguna pensaba que se había de casar con aquella princesa, y ser, por lo menos, rey de Micomicón.
Yo lo hago, sin dejar de rendir mi obligado tributo a los dolores morales; pero cuando uno de éstos me manifiesta intenciones de molestarme demasiado, metiéndoseme muy adentro o quedándose en mí más tiempo del tolerable, ¡me le planto delante, le suelto una carcajada y le señalo la puerta: a embromar a otro!
Súpose, pues, por él, que don Baltasar de Peralta había perseguido rudamente a doña Guiomar, que le desdeñaba, y la justicia tuvo que contentarse con esto, y con no encontrar en las resultas otra cosa sino que la muerte de doña Guiomar había sido a causa de don Baltasar de Peralta, si es que no había sido por su propia mano, quedándose la justicia sin saber quién había matado a don Baltasar, ni cómo y por qué había sido su muerte.
No pienses en eso, querido... Esto no vale nada... El parte lo echaría todo a perder; se daría un escándalo, y la chica, viéndose perdida, se iría de este pueblo con el chalán. Quedándose aquí, tengo esperanzas que con un poco de maña lograré quitársela a ese diablo y reducir a la misma madre... Esto no es nada añadió limpiándose la sangre con el pañuelo. Lo que me duele algo más es este hombro...
«... La ciudad, calles y plazas, están llenas de muchachos pequeños que andan perdidos pidiendo limosna y muriéndose de hambre, y quedándose á dormir por los poyos y portales desnudos, casi encueros y expuestos á muchos peligros como se ha visto algunas veces por la experiencia, que han sucedido entre otros pícaros á quien se llegan, y otros amaneciendo muertos del hielo y así mismo se han multiplicado los ladrones porque hay infinitos muchachos que lo son, y los clérigos de San Salvador se quejan que después de que se quitó la casa de los niños hallan en la iglesia detrás de los retablos muchas bolsas de las que quitan los tales ladrones muchachos».
Palabra del Dia
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