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Actualizado: 25 de julio de 2025


«¿No era él un filósofo? Bien sabía Dios que ». Esto de que bien lo sabía Dios era una frase hecha, como él decía, que se le escapaba sin querer, porque, en verdad sea dicho, don Pompeyo Guimarán no creía en Dios. No hay para qué ocultarlo. Era público y notorio. Don Pompeyo era el ateo de Vetusta. «¡El únicodecía él, las pocas veces que podía abrir el corazón a un amigo. Y al decir ¡el único! aunque afectaba profundo dolor por la ceguedad en que, según él, vivían sus conciudadanos, el observador notaba que había más orgullo y satisfacción en esta frase que verdadera pena por la falta de propaganda.

Rara vez se le conocía el orgullo en su mirada afable y honesta. Miquis decía que había en aquellos ojos mil elocuencias de amor y propaganda de ilusiones. También decía que eran un mar hondo y luminoso, en cuyo seno cristalino nadaban como nereidas la imaginación soñadora, la indolencia, la ignorancia del cálculo positivo y el desconocimiento de la realidad.

Residí en varios conventos, y con gran placer recuerdo los hermosos días de soledad que pasé en el pintoresco Desierto de Tenancingo, en donde sólo me inquietaba la amarga pena de ver que perdía en el ocio una vida inútil, el vigor juvenil que siempre había deseado consagrar a los trabajos de la propaganda evangélica.

De vuelta de su excursión veraniega ha llegado a esta capital el ilustre caudillo del partido liberal dinástico de Vetusta, el Ilmo. Sr. D. Álvaro Mesía. Dicen los numerosos amigos que han acudido a visitar a nuestro distinguido correligionario, que viene dispuesto a proseguir su campaña de propaganda sensatamente liberal, así en el orden político como en el moral y canónico y religioso.

Se había hablado mucho más; se había contado la historia del Provisor tal como la narraba la leyenda escandalosa. Convinieron, hasta los más prudentes, en que era preciso fundar seriamente aquella sociedad propuesta por Foja. Se acordó juntarse a cenar una vez al mes y hacer gran propaganda contra el Magistral.

Es que la juventud de 1820, llena de fe y de valor, fué demasiado crédula ó demasiado generosa. O no conoció la falacia de sus supuestos amigos, ó conociéndola, creyó posible vencerles con armas nobles, con la persuasión y la propaganda.

Las afirmaciones candorosas del muchacho, hambriento de saber, hacían reflexionar a Salvatierra. Tal vez este inocente veía más claro que ellos, los hombres endurecidos en la lucha, que pensaban en la propaganda por la acción y en las rebeldías inmediatas.

Los pueblos más modestos, Bélgica, Servia y otros, han podido vivir gracias á sus préstamos enormes. Aún no se sabe todo; han de pasar años antes de que se conozca la extensión de su generosidad. Este país, que ama el anuncio y la propaganda ruidosa en sus negocios comerciales, es conciso y modesto al hablar de sus actos desinteresados.

Su elevada posición social, su ilustración y el importante papel que hacía en la sociedad sevillana, contribuyeron poderosamente á que su propaganda en favor del protestantismo le diera muchos resultados, logrando, durante bastante tiempo, que ni á las autoridades eclesiásticas ni á las seculares trascendiera su conducta, apesar de la actividad que éstas desplegaban para destruir y aniquilar cuanto en Sevilla tuviera sospecha siquiera de luteranismo.

Tal vez hayan pensado así algunos; pero al final los explotados son ellos, pues por impulso propio hacen al volver a sus tierras una propaganda que de ser obra del gobierno costaría millones. ¡Quién sabe cuánta parte tienen ellos en la fama reciente y mundial del país adonde vamos!

Palabra del Dia

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