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Procure especialmente no aparentar un entusiasmo que no sienta; esto no engaña a nadie y es más bien vejatorio para el copartícipe, que tiene medios de comprobar la sinceridad de los sentimientos y la exactitud de las expresiones de usted.

»Me ha reñido por mi prolongada ausencia, diciéndome que ha pasado mucha inquietud, mientras yo falté de casa. Pero de usted nunca me habla. ¿Cómo se explica ese silencio, Antoñita? »Me acerqué a su cabecera y procuré excusarme diciéndole que había salido porque creí que dormía.

Sin temor de ninguna clase me echo el jarro lleno sobre el cuerpo... Por la noche me acuesto en cuanto puedo... A la comida, agua pura... Los alimentos sanos, nutritivos... Y en cuanto a esas porcuzas que acaban con los hombres, siempre procuré tenerlas lejos... Cuando era estudiante, hubo una que hasta quiso ponerme casa; pero yo alcé el bastón ¡barájoles! y, si no se me escapa pronto, la dejo como una breva.

Seis meses antes de morir me sentó sobre sus rodillas y me dijo: «Si te falto ahora, te quedará una renta de cinco o seis mil duros: poca cosa en comparación de lo que teníais antes. Pero puedes gozarla tranquila; ninguna de las alegrías que te procure ese dinero habrá nacido de un dolor ajeno; la limosna que des no será nunca restitución.» ¡Este fue mi padre! ¡Así me educó!...

Procuré desenojarla, explicándole cómo había ido a ver a su tío Jenaro, en cumplimiento de lo acordado, y lo que con él me había sucedido, aunque ocultándole el incidente del Naranjero. No había para qué inquietarla. Habíamos llegado tarde porque el asunto de las manos atravesadas nos había retenido mucho tiempo. El relato de esto último le causó sensación, aunque menos de lo que yo pensaba.

El amor de las mujeres como yo, es pura comedia, ¿verdad? Ya se sabe que es mentira; pues cuanta más ilusión procure, mejor. Con el vizconde no había modo de lograrlo. Su único goce era que hablasen de él, aunque fuese mal: no le gustaban los placeres por disfrutarlos, sino porque se los envidiaran. Al segundo año de conocernos tuve un capricho; que Pepe me llevase a París.

Me lisonjeaba la idea de que iban a cesar en aquella casa dificultades y miserias. Tal vez, en lo futuro, gozaríamos de vida más tranquila; y, a decir verdad, me halagaba ser el jefe de la casa. Con más dinero la enferma sería mejor atendida, la veríamos aliviada, y acaso recobraría la salud. A nadie comuniqué mis proyectos. Procuré, no sin esfuerzo, que me vieran alegre y contento.

Procuré también que a los corregidores y cabildos se les tratara con aquella atención que encargan las leyes, y que ninguna persona de ninguna calidad se atreviese a faltar al respeto debido a ninguno de sus individuos, haciéndoles conocer a éstos el modo con que debían portarse para no desmerecer las honras y distinciones debidas a sus empleos, y que yo quería se les guardasen como lo manda el Rey.

Para evitar el encuentro con cualquier pariente o conocido de la niña, procuré seguir las menos principales. Teresa iba cogida a mi brazo como al de un antiguo amigo, hablando sin cesar, riendo, sacudiéndome a veces fuertemente y deteniéndose a lo mejor delante de un escaparate, para hacerme mirar cualquier chuchería.

»No se sonroje por ello, hermana mía; no se avergüence de su destino y de su naturaleza. Frecuente usted la sociedad y procure buscar en su seno un corazón que sea digno del suyo. Yo, desde el umbral de la tumba de Magdalena la seguiré con fraternal mirada haciendo votos por su felicidad. »Pero, ¿encontrará usted, Antoñita, ese corazón que pueda hacerla dichosa?... ¡Ay!