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Un pobre hombre, de humilde posición, sin trato social y sin carrera alguna, de ilustración escasísima, pero de alma buena y sensible, movido de un noble sentimiento de humanidad, solo y sin apoyo, hízose al comenzar el siglo XVIII, el verdadero protector de la infancia desvalida, que á los poderosos ningún interés prestaba.

Ya los hombres y las mujeres no estaban separados como en los antiguos tiempos, sino agradablemente confundidos, aunque agarrándose sólo por el dedo meñique. Los mozos terciaban sus garrotes haciéndolos descansar sobre el brazo, lo cual prestaba á la danza el aspecto guerrero que indudablemente tuvo en su origen.

Entre las buenas madres, Dolly Winthrop era aquella cuyos buenos servicios aceptaba Silas de mejor grado porque se los prestaba sin ostentación. Silas le había mostrado la media guinea de Godfrey y le había preguntado cómo podría arreglarse para comprarle ropas a la criatura.

Cristeta vendía con amabilidad, sin hablar más de lo necesario; y en cuanto despachaba lo que le pedían, se ponía a leer, apoyada de codos en el mostrador, siendo su lectura favorita la de dramas y comedias. Apenas se estrenaba en cualquier teatro una obra, ya la tenía entre las manos: y como los ejemplares cuestan dinero y ella no lo gastaba, claro está que alguien se los prestaba.

A su sobrina le prestaba servicios, haciéndole cuantos encargos eran compatibles con sus tareas artísticas. Solía ella enviarle con algún mensaje a casa de su costurera, o se valía de él para recados y compras.

Fue la señal para que todos los tertulios felicitasen calurosamente al joven escuálido, el cual, ruboroso, confuso, sonriente, daba las gracias haciendo mil contorsiones, manifestando repetidas veces que no por su mérito, sino porque el asunto se prestaba admirablemente, «la poesía había resultado regular

He hablado de la luna, y debo añadir que aquel astro, desfigurador de las cosas de la tierra, prestaba imponente solemnidad al desnudo y solitario paisaje, esclareciéndolo o dejándolo a obscuras alternativamente, según que daban paso o no a sus pálidos rayos los boquetes, desgarrones y acribilladuras de las nubes.

La cosa íbase formalizando; desde la caída de Amadeo no había entrado Martínez en Palacio, y su presencia allí en aquel momento, aunque fuera sólo como curioso, prestaba al acto de Jacobo una sanción pública que acrecía su importancia. El excelentísimo Martínez, mirando de reojo al ministro, manifestó deseos de conocerle; Currita no le dejó acabar.

Nadie lo ponía en duda, D.ª Rafaela poseía en la calle de Hortaleza un comercio de antigüedades que en otro tiempo había sido prendería y aún lo era cuando le venía bien. Unas veces predominaban los objetos antiguos, otras los viejos. Como complemento indispensable de tal negocio, D.ª Rafaela prestaba con usura. Hallaríase entre los cincuenta y sesenta años.

Había entre ellos altos adolescentes a quienes la estrecha sotana que les ceñía el cuerpo les prestaba cierto aspecto raro, parecía adelgazarlos; al pasar arrancaban flores de los espinos y se marchaban con aquellas flores rotas en la mano.