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Actualizado: 7 de junio de 2025
No haga usted caso de patrañas, hija mía, no crea en otro amor que en el espiritual, o sea en las simpatías de alma con alma... La prójima adivinaba más que entendía esto, que era contrario a sus sentimientos; pero como lo decía un sabio, no había más remedio que contestar a todo que sí.
Fortunata no daba un paso. Y se precipitó en los brazos del Delfín, lanzando este grito salvaje: «¡Nene!... ¡bendito Dios!». Olvidados de todo, los amantes estuvieron abrazados largo rato. La prójima fue quien primero habló, diciendo: «Nene, me muero por ti...». «Ven acá» dijo Santa Cruz cogiéndola por una brazo. Dejábase llevar ella, como la cosa más natural del mundo.
Así iba yo en mi cab al salir del club de Picadilly... sólo que mi cab corría como una exhalación y estos carruajes andan poco y parece que se deshacen sobre los adoquines. ¡Y cómo se me refrescan las memorias...! Parece que estoy mirando a aquella prójima que se me apareció una noche en Haymarket, al salir de aquel Bar... ¡No me ha ocurrido otra...! ¡Y cómo se parecía a esta tonta de Aurora Fenelón!
Esta era que la prójima había recibido, por conducto de Patria, una esquelita en que se le anunciaba la reapertura del curso amoroso, interrumpido durante una quincena. «Esta alegría pensaba Maxi , ¿por qué será?». Y comprendiendo por instinto de celoso que echaba un jarro de agua fría sobre aquel contento, dijo a Fortunata: «Ya está decidido que nos iremos al pueblo.
«No creas balbució la prójima entre sollozos . Te veía venir. Hace días que la estás tú tramando... Bueno, hemos concluido». No, si yo te querré siempre, nena negra. Sólo que no puedo visitarte más. Alguna vez... no digo que no... Pero así, con esta manera de vivir... imposible. Madrid, que parece grande, es muy chico, es una aldea.
Todo lo que en mí existía de varón, capaz de amar, ha desaparecido; todo murió, y no me queda de ello nada; ni aun siquiera lo echo de menos. Nunca he sido padre; ahora siento que lo soy... y mi corazón se llena de afectos desconocidos, tan puros, pero tan puros...». La prójima no había visto nunca a su amigo tan vencido de la emoción. Tenía los ojos húmedos y le temblaban las manos.
Su sucesor, el señor La Reguera, cortó de raíz el mal contestando un no redondo a la primera prójima que fué con el empeño. ¿Y si malparo, ilustrísimo señor? insistió la postulante. De eso no entiendo yo, hijita, que no soy comadrón, sino arzobispo. Y lo positivo es que no hay tradición de que limeña alguna haya abortado por no pasear claustros.
Esta idea, a pesar de ser tan alta, fue muy inteligible para Fortunata, a quien se acercó Guillermina, y echándole el brazo por los hombros, la apretó suavemente contra sí. Nunca, en tiempo alguno, ni en el confesionario, había sentido la prójima su corazón con tantas ganas de desbordarse, arrojando fuera cuanto en él existía.
Lo que había que desear ya era que la prójima se perdiese completamente de vista; que entre la familia y ella mediasen abismos infranqueables; que pudiera decir doña Lupe a los amigos: «esa mujer se ha muerto para mí». La sombra de Jáuregui parecía venir en ayuda de las determinaciones de su ilustre viuda, porque a esta le faltaba poco para ver a su marido salirse de aquel cuadro en que retratado estaba, tomar vida y voz para decirle: «Si no arrojas de tu casa a esa pájara, me voy yo, me borro de este lienzo en que estoy, y no me vuelves a ver más.
De este modo caía por tierra toda la doctrina del cura Rubín, el cual entendía tanto de amor como de herrar mosquitos. En resumen, que los sentimientos de la prójima hacia su marido futuro no habían cambiado en nada.
Palabra del Dia
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